Que la Virgen ayude a salvarnos
La Virgen de La Altagracia es, para los dominicanos de fe, la fuente por excelencia para la remediación de los problemas personales o colectivos que nos angustian.
Su eficaz intercesión ha servido para curar enfermedades, reanimar esperanzas, resolver conflictos existenciales y cambiar rumbos torcidos de muchos ciudadanos que creen en el poder de su benevolencia.
El país la ha coronado y consagrado como su Protectora y a su fuerza divina ha apelado en momentos coyunturales difíciles. Y nunca nos ha fallado. Testimonios y pruebas históricas elocuentes así lo patentizan.
Al conmemorarse hoy el día dedicado por los dominicanos para darle gracias a su maternal obra de ayuda y misericordia, la ocasión es propicia para pedirle que derrame más bendiciones sobre un país atenazado por la más grave crisis moral de los últimos tiempos y nos salve de la desintegración.
La iglesia Católica, en particular, necesita de sus manos sanadoras para curar las heridas causadas por las conductas impropias y los “antitestimonios” de muchos de sus sacerdotes, obispos, monjas y religiosos, que han afectado su unidad y credibilidad.
También para purificar su propio cuerpo eclesial, vapuleado por las intrigas y conspiraciones internas que ponen en entredicho el mandato de Cristo, su fundador, de mantenerse unidos, como hermanos, al abrigo del Espíritu Santo.
A la Virgen de la Altagracia también hay que pedirle que ilumine con la luz de la racionalidad y la justicia a nuestros gobernantes para que puedan combatir los hechos que más enferman hoy a la nación: la corrupción administrativa, el señorío del narcotráfico, la criminalidad, el irrespeto a la vida humana y a las leyes migratorias y las corrientes sociales que han descarriado a buena parte de nuestra juventud.
Son muchas y pesadas las cargas que estamos poniendo sobre los hombros de nuestra Madre inmaculada. Pero no nos queda de otra. Confiémonos en que, como siempre, su intercesión será fructífera. Amén.