Defendiéndose por sí mismos
Como los delincuentes no respetan horas, lugares, autoridades, ni mucho menos se atemorizan con el peligro, la ciudadanía está a merced, permanentemente, de sus fechorías y con muy pocas defensas para evitarlas.
Ante la imposibilidad de confiar ciento por ciento esa misión de protección y de prevención a la Policía o al organismo antidrogas, los vecinos de ciertos barrios capitaleños han optado por organizar sus propios sistemas de seguridad, que abarcan también algunas reglas para la buena convivencia y la paz.
Es el caso de los vecinos de Las Antillas y El Cacique, dos sectores de la parte suroeste de la capital y de un conglomerado de Cancino, en la parte noreste, que han articulado mecanismos de vigilancia nocturna para hacer sonar las alarmas al momento en que se detecta la presencia de sospechosos o de gentes extrañas que no son de esos vecindarios.
El sistema de vigilancia implica que los vecinos tienen que turnarse para hacer la “guardia” nocturna y entre todos conocer sus números de teléfonos, para cuando el caso amerite avisar de la presencia de sospechosos, tanto en motocicletas como en otros tipos de vehículos o a pie.
Del mismo modo, los vecinos controlan la emisión de ruidos, tanto los que pudieran provocar los negocios de diversión, colmados o bares, como los que causan desaprensivos motoristas cuando hacen rugir sus aparatos sin mufflers, y de ese modo contribuyen a crear un ambiente de tranquilidad que les permita dormir bien, sin sobresaltos.
Estos modelos de organización de sistemas de vigilancia y orden en los vecindarios son admirables en una metrópolis abrumada por la criminalidad constante, por el estado de inseguridad ciudadana y por la emisión descontrolada de ruidos, de día o de noche, que acentúan los riesgos de mayor estrés e intranquilidad entre sus habitantes.