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La desnudez de almas muertas

Penoso, muy penoso, es tener que leer al amanecer la información de que en solo 45 días -entre el 2 de septiembre y el 18 de octubre de 2018- cinco recién nacidos han sido tirados a la calle por sus “madres” en las provincias Santiago, Valverde y Sánchez Ramírez.

El último caso, reseñado ayer por este diario con detalles de su progenitora, lacera el corazón de cualquier ser humano que conozca mínimamente el calor de un hijo, un nieto o de un hermanito recién nacido.

¿Qué puede mover a una parturienta a botar su cría en un basurero?

No se puede argüir que es por falta de recursos para su manutención, porque un bebé consume mucho menos que una madre adulta que lo abandona, a pesar de que sabe que está totalmente indefenso frente a la adversidad de las agresivas calles dominicanas.

Tampoco puede excusar a este tipo de “madre” el hecho de que puedan tener baja educación y autoestima, porque para parir, criar y dar amor, ni siquiera hay que ser cuerdo, como no lo son las gallinas que son capaces de matarse peleando para proteger a sus polluelos, ni las palomas que cuando están criando llevan todo lo que encuentran a sus palomillas.

Lo que tal vez explique esa conducta impropia de madres es el alto espíritu consumista y farandulero que carcome a la sociedad de hoy -no solo a la dominicana, pero muy presente en ella- al grado de que el nacimiento de un hijo, muy sano en todos estos casos de abandono, se constituye en una especie de estorbo para una mujer que no sabe o no quiere apreciar la ternura de un bebé.

La sociedad -con sus autoridades a todos los niveles y los líderes sociales y religiosos- no puede permanecer indiferente ante hechos tan perversos y deshumanizados, que en el caso del Cibao, se van tornando en una moda perniciosa que revela los miserables sentimientos que acompañan la existencia de seres humanos sin amor y sin misericordia.

Ojalá que ni un solo recién nacido más sea abandonado por su madre en las calles del Cibao o de cualquier otro confín del territorio dominicano, porque además de ser un crimen condenable y digno de castigo, es un acto de crueldad que descubre el hondón en que ha caído la sociedad dominicana.

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