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Tampoco se salvan los adultos mayores

Llegar a la ancianidad, pobre y sin trabajo, es la taladrante realidad de muchos adultos mayores dominicanos que subsisten sin ningún tipo de asistencia adecuada por parte de sus propios familiares o del Estado mismo.

La historia de Ambrosio Fermín, que a los 81 años anda en las calles recogiendo botellas vacías para venderlas, que no tiene sitio fijo para pernoctar y cuyos hijos lo han abandonado, es la misma de centenares de hombres y mujeres de su edad que, además de vivir sin ingresos, sufren distintas formas de abusos en una sociedad que cada día luce más indiferente frente a esta tragedia.

Ahora que se ha conmemorado el “Día Internacional de la Toma de Conciencia contra el Abuso y Maltrato a los Adultos Mayores”, una entidad que siempre se ha ocupado de ellos, la Fundación Manos Arrugadas, que dirige la periodista Gianni Paulino, ha puesto al desnudo el estado real de indefensión de estos ciudadanos.

También el Consejo Nacional de la Persona Envejeciente (CONAPE), hasta ahora la única institución oficial que se preocupa de acoger, asistir y proporcionar tratos amorosos a los envejecientes más vulnerables, ha evidenciado la dimensión de la cadena de abusos que estos sufren, llegando a contabilizar el año pasado 9,000 casos.

Los maltratos se dan cuando al adulto mayor se le habla con altisonancia o en forma de reproche, cuando no se le proporcionan medicamentos ni alimentos a tiempo, cuando es aislado del resto de las familias y de los vecinos del barrio, cuando se le discrimina por su edad, cuando se le humilla, cuando nadie le ayuda a asearse o cuando se le golpea.

Todas estas formas de abusos concurren, por ejemplo en 177 casos que han sido notificados este año y en los que el CONAPE ha tenido que actuar de manera directa con los involucrados, para revertir este cuadro de irrespetos y desconsideraciones.

Hacer consciencia sobre la necesidad de dar una protección mayor y más cariño a nuestros adultos mayores es un verdadero reto en una sociedad donde no solo a ellos se les ha perdido el respeto. Es a todo el mundo. Es a las leyes y a las normas. Es a la autoridad. Es a nuestros valores.

Pero no hay que tirar la toalla, por más desalentados que estemos ante este cuadro general de intolerancias e irrespetos. Por el contrario, lo que se impone es seguir batallando por la restauración de los valores que engrandecieron a esta sociedad y que hoy parecen diluidos por culpa del estropicio en que han caído los derechos y deberes ciudadanos y los del Estado frente a sus gobernados.

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