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Locas y peligrosas

Las carreras de autos o motocicletas en calles, avenidas y carreteras, de las que todo el mundo se entera o presencia, menos las autoridades, cobran muchas vidas al año en nuestro país.

Porque no han sido estrictamente prohibidas ni evitadas es que ha habido, y seguramente habrá, tantas muertes de jóvenes por esta causa.

No solo se matan los competidores, sino los inocentes transeúntes o ciudadanos a los que les tocó la mala suerte de ser impactados por uno o más participantes en esas locas y peligrosas carreras.

Las hay de día y también de noche. De pobres y ricos. En algunas se apuestan altas sumas; en otras, demostrar cuál de los autos costosísimos y deportivos posee la mayor potencia instalada para multiplicar la velocidad original del motor.

Entre uno y otro ambiente hay competidores que también se atreven a “potenciarse” a sí mismos con sustancias preferidas que duplican el valor y la creencia de la invulnerabilidad de cualquier Supermán y que, en tal estado, llegan a los extremos de las velocidades para demostrar a sus amigos de qué son capaces.

Hay zonas de la capital, por ejemplo, donde jóvenes automovilistas que salen de discotecas, espectáculos o centros de diversión arman “corillos” para ir a echar unas carreritas antes de retirarse a sus casas.

Les gusta atravesar los túneles y sentir el rugir de los motores o el estruendo de los muffl ers arreglados para que desacoplen como tiros de escopetas. Ponen en peligro sus vidas y las de otros, imprudentemente, en aras de satisfacer sus pasiones por la velocidad.

En pocos días han muerto ocho personas jóvenes en estas carreras, en distintas partes del país. A nadie, salvo a sus familiares, parece dolerle estas tragedias. Hasta que la muerte toca las puertas de una familia más.

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