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Arropados por la pesadumbre

En la medida en que valores tan fundamentales como el respeto a la vida y a las instituciones van en declive, la sociedad queda arropada por un pesado manto de pesadumbres que nubla el horizonte.

Cada día nos estremecen los episodios de criminalidad, violencia, abusos y violaciones contra la integridad y la dignidad de las mujeres, sean adultas, adolescentes o niñas, víctimas del estado de vulnerabilidad y desprotección cada vez más acentuado.

Nos conturban, además, los vergonzosos casos de venalidad y contubernio que empañan el ejercicio de una justicia auténtica y dejan libre el espacio para la impunidad de los que violan las leyes con el más absoluto desparpajo, seguros de que el sistema procesal penal les reserva máximas indulgencias para reincidir.

La inseguridad ciudadana, producto de esta atmósfera de peligros latentes, es el refl ejo más elocuente de hasta qué punto ha sido minado el principio de la autoridad, desafi ado y burlado por delincuentes que asesinan y atracan a mansalva a cualquier hora y en cualquier sitio, sin importarles si hay cámaras de vigilancia capaces de registrar sus fechorías y facilitar sus identidades.

Y en paralelo con esta camada criminal sienta también sus reales la modalidad del chantaje y la extorsión, en la que grupos organizados olisquean las indelicadezas administrativas que se cometen en instituciones del Estado o en empresas privadas para canjear el silencio de la denuncia por sobornos, sin contemplaciones.

La industria del engaño, donde predominan las más astutas formas de falsifi cación y adulteración de infi nidad de productos, ha hecho metástasis en cualquier esfera del mundo de los consumidores, dando aliento al contrabando y a la evasión de impuestos, debilitando esta importante fuente de sustentación presupuestal del Estado.

El pésimo ranking en que se sitúa la justicia, las tasas de feminicidios, embarazos de adolescentes, deserción escolar y mediocre calidad de maestros y alumnos, muertes por accidentes de tránsito y la corrupción administrativa, es también otro refl ejo de este estado de institucionalidad quebradiza en que han caído estos indicadores de valores nacionales.

Apesadumbrado por este cúmulo de ingredientes perniciosos, el obispo de San Francisco de Macorís, monseñor Fausto Mejía Vallejo, ha denunciado responsablemente que “esta sociedad es un desastre”, y que es urgente cambiar ese estado de cosas para enderezarla y recuperar los valores que han rodado por el suelo a causa de tantas iniquidades.

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