Un patriota a toda prueba

Claudio Caamaño Grullón fue una leyenda viva del patriotismo. Y con esa aureola, que jamás morirá, se ha despedido de nosotros.

Gravemente herido en un inesperado choque en la carretera, soportó cinco horas de desatención médica en cuatro centros de salud a los que fue llevado de emergencia, lo que constituye un imperdonable y bochornoso desdén frente a un ciudadano en condiciones críticas, en su caso, más que nada, a un héroe de la patria.

Es vergonzoso, y hay que decirlo con justificado estupor, que cualquier ciudadano tenga que pasar por estos vía crucis día a día a la hora de procurar atenciones en los centros médicos, donde lo primero que preguntan es por el dinero, no por la gravedad de la causa que lo ha llevado en urgencia, como si fuera un cliente, no un paciente.

Un hombre que empuñó las armas para defender la soberanía en 1965 y que rehusó su viejo chamaco verde olivo, hace pocos meses, a sus 77 años, para marchar contra los intentos de disolver en sus efectos la sentencia 168-13 sobre la nacionalidad dominicana, era un activo que el país no podía perder de esa manera.

Aun cuando se registre este episodio como un indeseable marco para encuadrar el final de la vida de un soldado combatiente, la historia de Claudio Caamaño en sus lizas armadas en Ciudad Nueva o en las montañas de la Cordillera Central será siempre una referencia obligada para los que se asomen a las páginas de la historia de nuestro país.

Alejado de estas contiendas, Claudio se dedicó a cultivar la tierra en su propiedad de Pizarrete, Baní, para ganarse el sustento con el sudor de su frente, pues salía de madrugada a subir y bajar los montículos de la finca y regresaba en la tarde, junto a los labriegos. Y él mismo se ocupaba de buscarle mercado a sus frutas en la capital.

No hizo ostentación de sus glorias como combatiente constitucionalista ni le pasó factura al Estado como lo han hecho otros que mendigan ayudas, condecoraciones, puestos diplomáticos, empleos en la burocracia gubernamental y vanos reconocimientos.

Tampoco claudicó en sus principios, no obstante que muchos de sus viejos compañeros de lucha o de ideología terminaron cambiándose las chaquetas.

Claudio Caamaño deja una impronta de valentía y firmeza de convicciones que, junto a su honradez, lo consagran como un verdadero servidor de nuestra Patria.

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