EDITORIAL
Un buen “americano feo”
Cuando todavía quedaba en el país un fuerte sedimento de antinorteamericanismo derivado de la intervención de 1965, Donald C. MacLean vino a ayudar a los dominicanos en numerosas tareas de corte auténticamente social. Y desde principios de los 70’s consagró sus energías al campo de la educación y al fomento de unas mejores relaciones entre los dominicanos y los norteamericanos, en un momento en que en las protestas escolares o de las izquierdas resonaba la proclama “Yankee go home“, y se denunciaba la “dictadura yanqui-balaguerista”. Una tendencia “viral”, como se diría ahora. Pero MacLean no se arredró ante ese clima de recelos y echó los primeros cimientos del Instituto Dominico-Americano en Santiago, desde el cual proyectó los valores y riquezas de la cultura americana y promovió intercambios amistosos y ayudas fl uidas en distintas áreas sociales. Rápidamente conquistó el corazón de todos los que lo veían cómo el “buen americano feo”; el mejor híbrido de los personajes de la película “El bueno, el malo y el feo”, muy taquillera en ese entonces. Él mismo se presentaba a los demás, a modo de sano chiste, con estas palabras: “Yo soy el americano feo de Santiago”, y esa vena de humanidad y de trato simpático le abrió el camino para ganarse el aprecio, la estimación y el reconocimiento de la sociedad. Por treinta años dirigió el Instituto Dominico-Americano de Santiago, por cuyas aulas han desfi lado miles de jóvenes para aprender inglés y cultura en general. Junto a su esposa María desarrolló tareas paralelas como miembro de una congregación religiosa, siempre en benefi cio del ser humano. De tanto que se identifi có con la suerte de Santiago se convirtió en un auténtico cibaeño y en un excelente exponente del pueblo norteamericano. Ahora acaba de morir y ciertamente su partida deja un hondo vacío en esa sociedad. Descansa en paz, “americano feo”.