Y si esos niños no hubiesen nacido...
Cada año suman miles los ciudadanos “normales” que acuden a mostrarles a los llamados “niños especiales” el afecto y la simpatía que se merecen -y de las cuales se han hecho dignos acreedores- como buenos seres humanos. En “Quiéreme como soy”, los niños con síndrome de Down, u otras condiciones de discapacidad, muestran al público satisfecho, todo cuanto pueden hacer en los deportes y en otras actividades, y se les nota que agradecen que, en lugar de discriminarlos, la gente los ame. Los testimonios de padres y madres de hijos con estos síndromes no dejan lugar a dudas de que, por encima de todas las cosas y sin menoscabo de los demás hijos “normales”, aquellos son los más amados y los que reciben un trato y una atención más esmerada, auténtica y pura. A la primera dama de la República, Candy de Medina, se le debe en gran medida que el Estado haya asumido como una política ofi cial indubitable la protección y formación de los niños y adolescentes que hoy forman parte de los Centros de Atención para la Discapacidad (CAID), de los cuales se construirán cuatro más para sumar cinco en todo el país. A través de estos centros, los menores llamados “especiales” descubren, bajo un método de enseñanza científi co, cómo desarrollar sus habilidades para múltiples tareas, al tiempo que los padres también se involucran en su acompañamiento, haciéndolos sentir depositarios de un cariño inmenso y de una sólida esperanza de que serán útiles a la sociedad en el futuro. Si en el país se hubiera permitido, de manera legal, el aborto voluntario, o únicamente en su variante terapéutica, esos niños especiales que hoy reciben la ayuda y la atención del CAID no existirían, ni tampoco el mismo CAID. Tampoco tendríamos niños que, agradecidos, nos dijeran, como lo hacen hoy: “Quiéreme como soy”.
