La cordura que falta

Los hechos de violencia que matizan algunas actividades de nuestros partidos políticos revelan lo lejos que estamos de revestir al sistema de una cultura de orden y cordura que permita que esta sea una actividad civilizada. No es necesario convertir en campos de batalla los escenarios en que los partidos eligen a sus dirigentes o en los que deben dirimir sus contradicciones. Tampoco es necesario matar gente o mutilar órganos humanos, herir o apalear, promover el caos y el desorden, para hacerse con el control de una organización o para imponer el predominio de una línea a la fuerza. Ya los tiempos han cambiado y esas conductas de irrespeto e intolerancia que matizaban en el pasado las luchas partidarias han dado paso a otras formas más civilizadas de disentir, de aspirar, de sufragar y de “cohabitar”, tanto dentro como fuera de ellos, sin que la violencia las arruine. Talvez la demorada y más que necesaria ley de partidos puede crear las condiciones para que las convenciones, asambleas, congresos y otras actividades partidarias se enmarquen en procedimientos que garanticen el ejercicio democrático de sus miembros, sin dar cabida a los desmanes o las actitudes francamente terroristas y delictivas que se enmascaran en las disputas internas. Sean leyes o sean regulaciones que se hagan cumplir, siempre será necesario que los líderes actúen como guías y maestros de sus partidarios para que valoren lo que significa la unión en la diversidad y la tolerancia, y el daño que reciben los partidos y sus militantes cuando proyectan la imagen de que viven como fieras indomables en una selva.

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