Horrores ortográficos
Se hacen visibles, por doquier, tanto en letreros como en textos de “chats” y en las redes sociales, los horribles errores ortográficos en que muchos incurren al manejar las palabras del idioma español. Algo que no es nuevo ni raro. Lo nuevo, en todo caso, es la magnitud que parece haber alcanzado el universo de aquellos a los que con sorna se les llama “analfabetos integrales”, porque hasta pensando cometen errores garrafales. Explicaciones puede haber muchas. Pero la principal es que sigue siendo ineficiente el cuidado que deben brindar los maestros a los alumnos en las primeras etapas de su formación. A muchos padres que desde niños les enseñaban a memorizar las reglas de la gramática les ha pasado en algún momento que, al revisar los exámenes o composiciones de la escuela, hallan errores gramaticales que los profesores pasan por alto. A lo mejor porque no los distinguen o creen que las palabras mal escritas están perfectas para el “conocimiento” que tienen de éstas. Si los ciudadanos no han pasado por la escuela y, por tanto, no se capacitan en el dominio del lenguaje escrito, es casi seguro que su lenguaje oral acusará las mismas horribles deficiencias cuando en lugar de decir haya digan “haiga” y esto, a su vez, conducirá a una comunicación más empobrecida. Si estas fallas son tan comunes a una mayoría (entre las que no se descartan a profesionales graduados en nuestras universidades), entonces habrá que preocuparse por el destino de nuestra lengua y, consiguientemente, de nuestra cultura. LISTÍN DIARIO ha estado publicando una corta serie de reportajes para llamar la atención sobre este fenómeno. Si bien los textos elegidos mueven a risa, también mueven a preocupación al hacerse tan patentes (y como si nada hubiese pasado, como si acaso no constituye esto un franco atentado a la buena gramática) la pobreza del conocimiento. Y que conste que los periódicos también incurren en errores ortográficos, conscientes o accidentales, de quienes escriben en ellos y de quienes están llamados a corregirlos. Suerte que, con frecuencia, damos constancia y excusas por ellos. Esto es un mal de muchos, lo cual nos horroriza.