Lo que deseamos para el 2012
Si el mensaje unánime y predominante ha sido, en estos días, el de desear un “feliz y próspero año nuevo”, eso indica que todos estamos anhelando que este 2012 sea uno más radiantes en hechos positivos que el anterior. Es lógico que las aspiraciones ciudadanas están más inspiradas en la posibilidad de mejorías en todos los órdenes, porque el ser humano trabaja, se educa y se somete a las normas sociales con la esperanza de encontrar compensaciones, individuales o colectivas, a su correcto proceder. Por eso es que nadie quiere repetir o persistir dentro de situaciones anómalas, difíciles, negativas, que traban estos ideales de superación y por eso, en definitiva, es que aspira a que las cosas en este 2012 sean mejores para sí y su familia, y para el resto del prójimo. Después de atravesar por un período difícil, enfrentado a una atmósfera que puso en riesgo la seguridad ciudadana, el anhelo de los dominicanos es que en 2012 haya más justicia y paz, más orden y más protección para las vidas humanas amenazadas por los delincuentes. También, que el Gobierno destine más recursos para la educación, preferentemente de calidad, y para la producción, en sentido general, que es la fuente del empleo y del bienestar económico. Como se acerca una campaña electoral en la que está en juego el poder representado por la presidencia de la República, la gente quiere que el proceso sea, como ha sido en los recientes de los últimos años, transparente, libre y limpio, y que la alternabilidad en el poder sea una constante y un reflejo de nuestra madurez democrática. La gente no quiere más violencia. La gente quiere más institucionalidad, más transparencia en el manejo de los recursos públicos, menos impunidad para los criminales y los corruptos, y más estabilidad en los precios, en los empleos y en la actividad productiva en el 2012. Eso es lo que subyace, aunque no se especifique en estos objetivos ni sean más taxativos de la cuenta, en los abundantes mensajes que todos intercambiamos al final del 2011, para despedirlo, con la inmensa ilusión de que el que acabamos de iniciar sea, en realidad, más feliz y próspero que el anterior.