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No apostemos al caos

Las luchas políticas, pero sobre todo las electorales, generan demasiadas pasiones y demasiadas tensiones. Aquí, en los hervores de una campaña, hay gente que se mata por el enojo que le causa un opositor cuando se juntan dos caravanas. Es decir, por cualquier “quítame esta paja”, corre la sangre. Eso siempre ocurre en las distintas etapas del proceso. Los grados máximos de tensión se hacen visibles en la votación misma, cuando activistas de todos los lados buscan votos adicionales como sea. Luego de estas fases traumáticas viene otra: la batalla de los escrutinios y los cómputos. Y cuando los partidos perdedores no se sienten conformes, denuncian y critican el proceso, abominándolo de arriba a abajo. Pero resulta que el proceso tiene sus procedimientos, sus reglas y sus canales para que todas las inconformidades, irregularidades o impugnaciones se ventilen en las cámaras correspondientes, y de ellas salgan, libre de presión y chantajes, las sentencias justas y equitativas. Salirse de esos marcos para echar adelante planes que tiendan a desestabilizar el orden público y a provocar muertes violentas que empañen la parte final y decisiva del proceso comicial, como un acto de rechazo a los veredictos que hasta ahora se conocen, constituiría una innecesaria aventura, un intención retrograda. En pocas palabras, una mayúscula e irresponsable insensatez.

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