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Por más de cien años comunidad se sustenta de la ‘fábrica’ de sogas

Decenas de obreros, la mayoría adolescentes y jóvenes, viven de esta empresa.

Decenas de obreros, la mayoría adolescentes y jóvenes, viven de esta empresa.

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José DicenPalenque, San Cristóbal

Desde que uno se asoma al patio de doña Sazán, en Juan Barón, se siente la vibrante energía con que un grupo de muchachos jóvenes realizan la laboriosa tarea de confeccionar sogas para diferentes usos, dando continuidad a una industria familiar y comunitaria que se acerca ya a los 160 años de existencia, según revelan sus propietarios y vecinos.

Juan Barón demuestra con esta labor ancestral que no solo produce grandes peloteros.

Aunque el béisbol es una fuente de ingresos económicos en este pequeño poblado de pescadores, que tiene en su haber ocho anillos de serie mundial y otros del Clásico, la cestería en la fabricación de sogas de forma artesanal es una importante fuente de empleos para decenas de familias del poblado.

La cestería es una de las artes más antiguas de la humanidad, que se practica con mucha intensidad en diferentes poblados de la región sur del país.

En Juan Barón, poblado que pertenece a Sabana Grande de Palenque, en la provincia San Cristóbal, las familias Gomera Troncoso y Guzmán, en el barrio San Fernando, se han especializado por más de 100 años en la confección de sogas a partir de los cabos de amarre que desechan las embarcaciones que llegan a puertos dominicanos.

Estos cordajes los consiguen en distintos puertos que tienen atracaderos de embarcaciones en el país, a través de intermediarios que ellos llaman “chichandros”, que colectan las amarras desechadas ya.

Se citan entre esos puertos Haina, Santo Domingo, Boca Chica, San Pedro, Barahona, Puerto Plata y otros.

Una historia

Es sábado, 9:00 de la mañana, al entrar al patio de doña Sazán, en el barrio San Fernando, una área bajo frondosas bayahondas y fuertes claros de sol, de unos 800 metros de extensión, encontramos a Yolanda Calderón, que como el Moisés bíblico, con su cayado en la mano, de pie, en medio del candente sol sureño, vigila a unos 80 hombres que llenos de energía y con gran pericia deshilachan cabos, atan y estiran fibras, hebras y tiras de nylon para finalmente convertirlas en nuevas sogas que van a nuevos mercados.

Yolanda explica a reporteros de Listín Diario que desde los bisabuelos de su esposo; Rosario Troncoso (Sazán) e Isidoro Uribe, hace más de 100 años, los fundadores de esta práctica artesanal, aquí se confeccionan sogas, empresa que ha sido el sustento de decenas de familias en esta comunidad, así como la creación de mano de obra para una gran parte de la juventud masculina de este poblado costero, ubicado a unos 30 kilómetros al suroeste de la ciudad capital.

A la conversación se integra Willy Enaudy Germán (Wallac), otro de los miembros de esta empresa familiar, quien explica que el sistema de elaboración de la soga se inicia luego de que los cabos llegan, entonces, se inician las labores de los distintos equipos que operan aquí.

La confección

El trabajo empieza con los abridores, que es el equipo que se encarga de deshilachar los rabos, “es decir los van abriendo, deshaciendo y convirtiendo en tiras largas, que otro segundo grupo, los empatadores, van uniendo con nudos bien firmes y seguros”.

El tercer paso es llevar estas largas tiras, que pueden tener hasta 20 metros de longitud, a las máquinas hiladoras, “donde los maquinistas (en máquinas especiales de metal), con una manigueta van dándole vueltas a las hebras hacia la derecha e izquierda, “al derecho y al revés”, precisa Wallac.

El siguiente paso corresponde al “piñita”, que con una pieza especial de madera, un trozo breve con ranura en el centro (la piña), en combinación con el maquinista, va dando a la trenza el cierre final que la convierte en soga.

Una vez lograda la extensa y firme fibra trenzada, pasa al proceso de corte, del que se encarga otro grupo de obreros, que la envuelven de forma muy característica y la dejan lista para ir al mercado.

Su destino o mercado son pecadores, que las usan para tejer o alar chinchorros y yolas, ganaderos para los quehaceres en sus establos y corrales. Wallac y Yolanda explican que suplen a conductores de vehículos de carga, así como a la industria de la construcción, donde se usan en andamios, poleas y otras maquinarias y equipos.

La industria de la soga mueve de forma considerable la economía del poblado, pues los pagos al personal de la empresa se realizan semanalmente y oscilan entre RD$140,000 y RD$160,000 en cada jornada de pago (todos los sábados), afirman. Además, estos obreros reciben de los dueños su almuerzo cada día. “Para que el sueldo les salga limpio”, aseguran.

Ángel Uribe, maquinista, afirma que cobra semanalmente entre RD$4,000 y RD$5,000, dinero que le permiten dar sustento a su familia de seis miembros: él, su esposa y 4 niños. Destaca que tiene 5 años laborando en esta industria.

Entre el haladero de tiras, fibras, el incansable ir y venir de los obreros y el consistente sonido de las máquinas hiladoras, un testimonio parecido es el de Víctor Manuel González, quien con alegría señala: “yo crecí aquí y toda mi familia.

Con este empleo es que mantengo mi familia y me sostengo yo por más de 30 años”.

En este negocio no todo es color de rosa, pues tienen sus problemas que incluso les están generando pérdidas últimamente y es “el trato que nos da Aduanas”, pues según Wallac, esta entidad “les cobra impuestos muy altos”.

DIFICULTADES

Los impuestos.

Fraklin Gomera, nieto de Isidoro, el fundador expone “no podemos con los impuestos que nos cobra aduanas”.

Materia prima.

El costo de la materia prima también ha subido de forma exorbitante refiere Franklin, pues un cabo de amarre les cuesta hasta RD$20,000.

Competencia.

Otro escollo son las industrias nacionales de grandes capitales económicos y maquinarias que compiten con ellos..

Importación.

La importación de sogas desde el extranjero que se venden en el mercado nacional, es otro problema expuesto.

Piden ayuda.

Pidieron el auxilio del Gobierno del presidente Luis Abinader para que esta industria comunitaria no perezca, después de tantos años.

Yolanda y Wallac muestran parte de la materia prima que usan. JOSÉ DICEN/LISTÍN DIARIO

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