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José Lois MalkunSanto Domingo, RD

Porque superada la pande­mia o al menos controla­da, habrá que luchar contra un flagelo tan grave como el maldito virus.

Nos referimos a la infla­ción. Comenzando con la es­tancada oferta interna de bie­nes alimenticios y materias primas para la agroindustria, que desde hace muchos años evoluciona como el cangrejo (un paso pa’ lante y dos para atrás).

Porque la agricultura do­minicana es deficitaria en prácticamente todo y su ren­tabilidad en la producción de muchos bienes es muy baja. ¿Y qué ha pasado? Muy sim­ple. Se ha persistido en un modelo asistencialista que ti­ro por la borda aquel eficien­te sistema de investigación y extensión agropecuaria.

También desplazó del cam­po a los descendientes de los viejos campesino que, por el abandono de los gobiernos, los forzó a emigrar a las ciu­dades. Se olvidaron del desa­rrollo rural (salud, educación, agua potable, electricidad), porque el turismo, las zonas francas, las remesas y la mine­ría todo lo resolvería. Busque un joven en el campo domini­cano y se ganará la lotería.

¿Resultado? Si no hay ma­no de obra haitiana nos que­damos sin alimentos. Tre­menda vaina.

Ahora que los precios de los bienes alimenticios y ma­terias primas que importa­mos están por las nubes, el flete duplicando sus precios y el petróleo amenazando con superar los 60 dólares el ba­rril, comenzamos a preocu­parnos por la INFLACION. Y como la producción interna no se reinventa de la noche a la mañana, estamos en pro­blema.

El clamor popular es “caro, todo está muy caro” ¿Qué ha­cer ante esta situación?

Primero, romper con la abusiva intermediación, que cuadruplica el precio de los bienes entre la finca y los con­sumidores finales. Hay que expandir los mercados popu­lares en todo el país y en cada barrio, abatiendo los precios mediante un acercamiento entre el productor y el consu­midor.

Segundo, incentivar la siembra masiva de sorgo (pa­ra sustituir el maíz), de Pal­ma Africana para bajar las importaciones de aceite co­mestibles, de cebolla, ajo, fri­joles, etc. para neutralizar las mafias importadoras de estos productos que declaran en aduanas lo que les da la gana. Muchos funcionarios se con­virtieron en multimillonarios con los permisos de importa­ción y están sueltos.

Y tercero, desmantelar al sector agropecuario y levan­tar de sus cenizas una nueva institucionalidad que respon­da a los tiempos modernos. Que nos haga un país verda­deramente autosuficiente o por lo menos, no tan depen­dientes de esas nefastas im­portaciones.

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