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Literatura

El Cid real y el Cid ficticio

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Roberto Carlos PérezGranada, Nicaragua

En su inaugural estudio sobre el Cantar de Mio Cid (1911), el filólogo Ramón Menéndez Pidal hizo contundentes afirmaciones relativas a la historicidad del poema. La obra narra las hazañas del héroe de la Reconquista española, Rodrigo Díaz Vivar, el Cid Campeador, y la afrenta que sufre al ser acusado por su archienemigo García Ordoñez, uno de los más importantes líderes militares del siglo XI, de robar las parias que los reinos moros le pagaban a Alfonso VI, rey de Castilla y León. El monarca envía a Rodrigo al destierro.

Menéndez Pidal aseguró que la obra fue escrita por un poeta de Medinaceli de fuerte inclinación juglaresca, aunque no clerical. Al final de sus días remozó sus conjeturas y afirmó que el poema fue producto de la inspiración de dos juglares o difusores de la poesía épica en la Edad Media: el primero que le imprimió lo que de histórico se puede deslindar de la obra y, el segundo -posiblemente un juglar de San Esteban de Gormaz-, que le añadió, años más tarde, la parte ficticia. Menéndez Pidal fue enfático al decir que la obra refleja de manera fehaciente los hechos históricos que le acontecieron al héroe de Vivar.

A la luz de nuevos documentos, tal afirmación ha sido ampliamente cuestionada por reconocidos medievalistas como María Eugenia Lacarra, Irene Zaderenko, Diego Catalán y Alan Deyermond, quienes han desmentido que el poema sea fiel a la historia del caballero, sus andanzas y su relación con Alfonso VI. Así, Menéndez Pidal, gran héroe de la filología, ha quedado hundido en la sombra y sus hallazgos han pasado a segundo término a pesar de que, para finales del siglo XIX y principios del XX, sus planteamientos eran la gran novedad y sin ellos nada de lo que vino después hubiese sido posible.

Los nuevos hallazgos científicos han comprobado que existen muchos elementos en el poema que no pertenecen a la historia de los siglos XI, XII y XIII, es decir, los siglos en que vivió y se recogieron de manera escrita las hazañas del héroe, como las bodas de sus hijas, doña Elvira y doña Sol, con los Infantes de Carrión, y la posterior afrenta de Corpes, episodio en que éstas son vejadas por sus esposos y que es parte fundamental del poema. No obstante, todos los estudiosos reconocen que estamos ante una épica, la más insigne de las letras castellanas del medioevo; y como en toda épica, en el Cantar de Mio Cid existe una intención política e histórica en el trasfondo de la obra.

En el ensayo el «Cantar de Mio Cid y su intencionalidad histórica», Diego Catalán afirmó que sin los elementos ficticios de la obra nos quedaríamos sin epopeya, sin canto y sin poema. Tales palabras hacen eco de lo que años antes había dicho Menéndez Pidal, quien aseguró que sin el poema muchas costumbres y ritos de la época hubieran quedado en el olvido, y que sin ella poco conoceríamos de la historia medieval, entre ellos la historia política.

En base a estas afirmaciones, el Cantar de Mio Cid se ha prestado a diferentes interpretaciones. Muchas de ellas nos remiten a los intereses políticos que movieron al juglar a mezclar hechos históricos con episodios ficticios para presentarnos a un héroe que subvierte la épica, pues la característica más consistente de Rodrigo Díaz de Vivar es su mesura.

A diferencia del héroe épico, el Cid no obtiene la honra por su linaje ni la venganza con la espada. Rodrigo consigue la primera con las manos al demostrarle a su rey que es capaz de conseguir riquezas en el destierro y enviarle parte del botín, mientras que la segunda la gana a través del juicio (Cortes de Toledo) que entabla ante Alfonso VI en contra de los Infantes de Carrión. De modo que el autor no nos presenta a un héroe desbocado, sino a uno que se vale de su comedimiento y obediencia de las leyes para obtener lo que busca: prestigio y restitución del honor.

Dice el juglar: «Los que foron de pie cavalleros son», verso de suprema importancia, pues deja claro, como asegura Diego Catalán, que todo el poema está concebido para resaltar la tensión que existía en la época entre la alta nobleza terrateniente y los infanzones o caballeros de bajo linaje. No hay que olvidar que durante el reinado de Alfonso VI surgieron serios reveses políticos que hicieron que la economía de Castilla y León tambalease.

Al ser derrotado Alfonso VI por el emir Yusun Ibn Tasufir (1020 – 1106) y tras la Revolución Almorávide (1090 – 1094), los reinos del norte de España sufrieron graves percances económicos al ser eximidos la mayoría de los reinos andaluces de la presión tributaria que los reinos cristianos les exigían. La alta nobleza había perdido liquidez y eran los caballeros, hombres enérgicos y de gran pasión, quienes movían la economía al reconquistar los territorios dominados por los moros. Por eso el juglar presenta en mala luz a García Ordoñez y a los Infantes de Carrión, a quienes el poeta empequeñece y hasta ridiculiza, cosa extraña en la épica.

La cobardía de estos hermanos cuando un león se escapa de su jaula y en lugar de ayudar a contenerlo, se esconden, y también cuando, durante una batalla, uno de ellos se rezaga para no pelear (tercer Cantar), son anécdotas usadas por el juglar para mostrar la debilidad de la alta nobleza, una clase que además poco o nada aportaba en materia económica en una época de escasez. Los guerreros como el Cid suplían esta falta con sus propias conquistas, de las que recibían el «haver monedado», o sea, el dinero que obtenían al apoderarse de tierras moras y gracias al cual, ya parcialmente en manos del rey al que le servían, tenían derecho a escalar un peldaño dentro del sistema estamental y a reclamar más respeto en la corte.

El juglar recrea esta pugna entre las dos clases nobiliarias, nos recuerda Diego Catalán, sin olvidar que un ciudadano de la época no se podía mover de un estamento a otro. Es decir, un artesano o menestral podía llegar a ser un caballero villano pero no un alto noble. En cambio un infanzón, como posiblemente lo era el Cid, podía obtener tierra y riquezas siempre y cuando las ganara con esfuerzo y no necesariamente por linaje.

Irónicamente, al ser desterrado, Alfonso VI le da la posibilidad a Rodrigo de convertirse en señor de Valencia y, al hacerlo, le permite emparentar con una clase nobiliaria más alta y, finalmente, gracias a esto, le brinda la manera de restituir su honra por medio de las Cortes de Toledo. Así, pues, doña Elvira y doña Sol se presentan como entes propiciadores para que su padre consiga lo que ha venido buscando desde que partió al destierro: escalar un peldaño más en la sociedad nobiliaria de la época y conseguir el respeto del rey que lo ha castigado injustamente al mandarlo, sin previo juicio, al destierro.

Por otro lado, María Eugenia Lacarra nos presenta datos importantísimos para entender la ira regia, o potestad del rey de hacer caer en desgracia a sus súbditos, de la que fue víctima Rodrigo por el supuesto hurto de parias, y lo que de histórico tiene este pasaje en el Cantar de Mio Cid. El Fuero Viejo, es decir, el compendio de normas legislativas bajo las cuales se regían los ciudadanos de la época, no consideraba que los vasallos del condenado partieran con él al destierro, ni que se le confiscaran sus bienes, cosa que no sucede en el poema, pues tanto Álvar Fañez Minaya, gran amigo del Cid y sus otros vasallos, fueron desterrados y sus bienes también confiscados.

Tampoco el Fuero Viejo contemplaba que el desterrado enviara parte del botín al rey. Lacarra también nos adentra un poco más a la realidad histórica del Cid y nos dice que no siempre fue fiel a su rey, como nos lo presenta el juglar, sino que invadió territorios que estaban bajo presión tributaria de Alfonso VI, como Alcocer, que el Cid hace suyo en batalla.

Pero, ¿en qué se apoya el juglar para escribir su muy particular versión de la historia del Cid y sus andanzas, dado que el poema fue posiblemente compuesto alrededor del año 1207 (según Diego Catalán) cuando el recuerdo del Cid y los hechos precisos peligraban en la memoria colectiva?

Para brindarnos más datos históricos sobre Rodrigo Díaz de Vivar, Irene Zaderenko nos remonta a la primera fuente escrita, posiblemente por un testigo presencial de los hechos, sobre el caballero: la Historia Roderici. Zaderenko es enfática al decir que, al menos el segundo Cantar, está completamente inspirado en el texto latino, ya que hay versos de gran similitud entre ambos y que se encuentran prácticamente copiados en el Cantar de Mio Cid. Zaderenko argumenta que, siendo el segundo Cantar el más fidedigno de los tres a la historia verdadera, no pudo el juglar más que apoyarse en una versión escrita de los hechos para reconstruir la conquista de Valencia.

Sobre la cultura del juglar, Zaderenko en «Plegarias y fórmulas devotas en el Cantar de Mio Cid» vuelve al debate entablado por Menéndez Pidal. Basándose en los hallazgos de Alan Deyermond, quien aseguró que el juglar posiblemente haya sido un eclesiástico versado en cuestiones jurídicas y notariales, oponiéndose a la idea de Pidal de que el juglar no tenía vínculos clericales, Zaderenko es más precisa al decir que el autor del poema posiblemente haya sido un monje del monasterio de San Pedro de Cardeña, donde fueron enterrados los restos del Campeador y en donde éste alojó a doña Jimena y a sus hijas antes de partir al destierro. La medievalista basa esta afirmación en las diferentes oraciones y cientos de fórmulas devotas que pueblan el poema, y que sólo un poeta de formación eclesiástica pudo incorporar a la obra.

El Cantar de Mio Cid se ha prestado a diferentes lecturas a través de los años. A la luz de nuevos hallazgos, se han podido precisar fuentes, desvirtuar las primeras hipótesis sobre la credibilidad histórica del poema (sabemos que Álvar Fañez Minaya no acompañó siempre al Cid en el destierro y que el botín que el campeador envía tras ganar cada batalla al rey no estaba contemplado en el Fuero Viejo), y hasta lograr dar con más o menos precisión sobre el origen, formación y educación del juglar.

Como ha dicho Alan Deyermond, la épica castellana no tiene en su haber tantas obras como la épica francesa, pero el Cantar de Mio Cid, aunque nos ha llegado incompleto, subvierte los parámetros de la épica tradicional al presentarnos a un caballero que no humilla al enemigo subyugado, y sólo muestra desprecio por quienes cuestionan su honra. El héroe que el Campeador encarna, capaz como los que lo preceden en otras épicas europeas, enfrenta terribles vicisitudes, pero su equidad y templanza le hacen triunfar dentro de un medio o una época en la que el enemigo moro no es una abstracción como en La canción de Rolando, sino un sujeto cuya complejidad psíquica también, como la del Cid, está guiada por la defensa de su sociedad y por la propia honra.

Aunque en el Cantar de Mio Cid se pueden ya descartar hechos que en realidad no sucedieron, lo cierto es que la intención del juglar de presentarnos una épica ingeniosa, culta y a un héroe cuya prudencia es su más alto atributo, es ya un logro muy acertado que ha dado pie a diversos análisis que cada día se ajustan más a los hechos que pudieron o no rondar la vida del caballero de Vivar.

De Menéndez Pidal ha quedado apenas el destello del que un día abrió la veta a los estudios de la obra. Sin embargo, la historia no siempre es justa. Sin la osadía del filólogo quizás los estudios cidianos no hubiesen avanzado de manera vertiginosa como ha sucedido desde aquel inaugural ensayo de 1911. No hay que olvidar que desde que Eugenio Llaguno descubrió el texto en un convento de Vivar en el siglo XVIII, nadie se había atrevido a dedicar grandes esfuerzos por estudiar seriamente la obra. Los hallazgos de Menéndez Pidal son el sustento de todos los que han venido después.

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