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Ensayo/Literatura

El estudiante ciego, de Laureano Guerrero

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Giovanni Di PietroSanJuan, Puerto Rico

Esta novela de Laureano Guerrero no es, de ningún modo, la historia de la relación que se establece entre un estudiante ciego, Pedro, y su compañero de Liceo, Manuel. No lo es porque, tomarla de forma literal, o sea, así como se leería en la superficie, no tiene sentido. A fin de cuentas, ¿qué nos dice de esa relación? Muy poco. Manuel encuentra a Pedro en el liceo donde estudian y se hace su amigo. Empiezan a compartir, salen juntos, y Manuel no solo le enseña a Pedro a montar bicicleta, sino que también a nadar. Ni siquiera se para en esto; también hace que pueda tener su primera experiencia sexual cuando lo introduce a La Balazo, la prostituta que frecuenta. Ambos se cuentan a sí mismos la historia de sus familias, que resultan ser tristes, pues Pedro termina ciego cuando, a los doce años, interviene contra unos guardias que le están dando una paliza a su padre antitrujillista, mientras que Manuel pierde su padre, Guelo, a temprana edad, cuando éste, como consecuencia de su sonambulismo, acuchilla a su esposa, Isabel, y decide ahorcarse. Al terminar el liceo, Pedro entrará en la universidad con la idea de convertirse luego en maestro en la Escuela Nacional de Ciegos, y Manuel, con la ayuda económica de su hermana Chiri, casada con un acaudalado francés, se va rumbo a España primero, para estudiar en la Computense, y más tarde a Francia, donde se especializará en Derecho Constitucional. Es en lo que Manuel está en Francia que Pedro, atrapado dentro del campus de la Universidad Autónoma de Santo Domingo durante una revuelta estudiantil, muere a manos de la policía, la cual interviene contra los estudiantes y no se da cuenta que está ciego. Como es evidente, esta simple trama no hace por sí sola una novela, y pretender que lo haga sería pedir demasiado.

Donde la historia adquiere sentido es, más bien, cuando nos detenemos a reflexionar sobre el valor simbólico de los personajes que encontramos y sus actuaciones. Esto, dada la naturaleza exigua de la trama, no ocurre hasta casi finalizar la novela, ya para la pág. 163. Muerto Pedro, Isabel y Chiri viajan a Madrid para comunicar la noticia a Manuel. Pudieran muy bien haberlo hecho por carta o por teléfono, como parecería normal; pero, no. Quieren estarles cerca, dicen, para confortarle en su dolor. ¿No es un tanto raro que estas dos mujeres se desplacen desde La Romana hasta Madrid para estar junto a Manuel en ese trance? ¿Y no es también raro que el joven necesite ese apoyo al recibir dicha noticia? Él, en efecto, no solo llora sin consuelo la muerte de su amigo, sino que caerá en depresión. No se repondrá hasta que su madre no le pida volver a su país, lo que significaría abandonar sus estudios. Acto seguido, Manuel rechaza ese pedido y encuentra en sus adentros la determinación de trasladarse a Francia y emprender su especialización, como ya lo tenía planeado. ¡Qué extraña trama!, nos decimos. Y así es si, de nuevo, tomamos toda la historia de manera literal.

En el pasado hemos sostenido que, desde el inicio, los novelistas dominicanos han estado obsesionados por la suerte de su país en sus obras. Es una constante en ellos. Novela tras novela trata de la nación dominicana, su sociedad, y el futuro que le esperaría. ¿No es así con La Mañosa de Bosch, por ejemplo? ¿Y no trata de la nación dominicana y su sociedad La sangre de Cestero? Así ese ciclo de novelas que fueron escritas a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta que van bajo la rúbrica de “novelas bíblicas”. Toda la obra de Roberto Marcallé Abreu, para mencionar a un novelista joven, también trata ese mismo tema. Muchas veces, al hacer esto, los novelistas ni siquiera se dan cuenta de lo que están haciendo. Es algo que le viene de su inconsciente. En consecuencia, es muy común que recurran al empleo de símbolos. Los personajes que crean no son simples personajes, sino que fungen como símbolos. Y símbolos que tienen que ver con el país y los problemas que ese país estaría enfrentando en un determinado período de su historia.

En efecto, sin miramiento de palabras, podemos decir que dentro de esta dinámica los símbolos principales se reducen a los siguientes: el personaje femenino representa la patria; el masculino, el pueblo. Todo lo que estos personajes hacen y dicen termina ilustrando, pues, una relación dinámica entre el pueblo y la patria. En muchos casos, es esta dimensión simbólica en los personajes lo que hace que una novela adquiera profundidad, y, no entender el valor simbólico de esa mujer o ese hombre que hablan y dicen cosas, es simplemente no captar lo que la obra nos está diciendo y lo que, en fondo, significa. Esta dimensión también hace que, en no pocas ocasiones, una obra logre adquirir una más amplia importancia como obra literaria en sí misma. Ya ella no contiene la simple historia de determinados personajes, sino que esa historia se traduce a algo más complejo, de alcance social e histórico. Saber que el niño Juan, en La Mañosa, representa el futuro de la República Dominicana, país sumiso a las interminables luchas de la montonera, por ejemplo, cambia fácilmente toda la perspectiva de su lectura. Aunque el simbolismo le proporcione profundidad a una novela, esto no quiere decir que asegura su éxito en términos estéticos. El simbolismo es sólo una herramienta literaria. El novelista que consciente o inconscientemente lo emplea, pues, se expone siempre a un riesgo. En cuanto que una obra de arte, la novela tiene que dramatizar eventos y situaciones. Tiene que expresar sentimientos. Al hacer esto, también entra en juego el simbolismo, y, a través de él, la obra, como decimos, adquiere profundidad. Sin embargo, se pueden escribir novelas válidas sin que en ellas aparezca pizca de simbolismo. Además, se pueden escribir novelas donde el simbolismo aparece, pero que no conlleva ninguna ventaja estética. En este caso, el simbolismo termina siendo sólo un cascarón. Ocurre porque no se encuentra ninguna relación directa y dinámica entre él y eventos, situaciones y sentimientos que la novela trata de expresar. Como herramienta, falló. Podemos sostener, por tanto, que este personaje significa tal o cual cosa, y eso nos explica el contenido de la novela; pero, de ahí a sentir el simbolismo como parte integral de la obra, o sea, de una obra que funcione en su totalidad, en sus ideas y su forma, ya es otro asunto.

¿Por qué todo este largo preámbulo al análisis de El estudiante ciego? Simplemente, porque es una novela que, en su estructura, nos lleva inevitablemente a expresar algunas de las dudas de más arriba al respecto. Al igual que otra novela de don Laureano, Mi niño lindo, también la presente es una obra muy lineal en su desarrollo. Tiene una historia bien precisa. Y es, como hemos dicho, la relación que se establece entre un joven, Manuel, y otro joven, Pedro, el estudiante ciego, mientras se encuentran estudiando en un liceo de La Romana. Los dos se hacen amigos, y, ya que Pedro tiene esa desventaja de ser invidente, Manuel termina por encargarse de él, ofreciéndole una especie de “educación sentimental” que lo llevaría a experimentar un tipo de vida más amplio y placentero del que normalmente le tocaría. Los dos se separan al terminar sus estudios liceales, y después, en lo que Manuel se encuentra estudiando en la Computense, Pedro muere bajo los tiros de la policía de manera accidental, durante unos disturbios en la Autónoma.

Esta es la trama. Ahora bien, si sólo nos quedamos aquí, es obvio, como ya lo hemos explicado, que no existe una auténtica novela. Son demasiado pocas y banales las cosas que ocurren para que lo sea. Por consiguiente, la obra adquiere faceta de novela sólo cuando nos percatamos de su dimensión simbólica. Al descifrar los símbolos, con relación a los personajes que aparecen en su trama y sus actuaciones, llegamos a entender exactamente lo que nos está diciendo. Que el mismo autor esté al tanto de lo que aparece en blanco y negro en su obra desde la perspectiva de su simbolismo es, sencillamente, inmaterial. Lo es porque una obra literaria, cualquiera de ellas, es siempre independiente del escritor que la produjo. Como muy bien se sabe, en la historia literaria no son pocos los autores que expresan sentimientos sublimes en sus páginas, y, sin embargo, llevaron una vida cargada de muchos claroscuros. Pero éste es otro asunto, y en este caso no procede investigarlo. Vamos mejor a la presente novela, a su análisis desde la perspectiva de aquel simbolismo que contiene.

Como ya lo hemos mencionado, es muy fácil encontrar en los novelistas dominicanos una marcada obsesión por la suerte de su país. Aquí, en El estudiante ciego, esto es más que evidente. Lo es porque, como es de común conocimiento, en su vida extraliteraria, don Laureano ha estado siempre muy metido en la política. Se desenvuelve en el ámbito del Partido de la Liberación Dominicana desde el mismo comienzo de ese partido político. Estuvo muy cerca de su fundador, Juan Bosch, y, por eso, tampoco debería extrañar que el mensaje de este insigne líder y escritor pasara a formar parte de su propio ideario. ¿Cuál era el mensaje que Bosch quiso inculcar en sus discípulos? Escuetamente dicho, el amor por la patria. A la patria se le sacrifica todo, incluso la vida misma. Y éste es, sin duda, el mensaje que sale de El estudiante ciego, cuando se hace una lectura –simbólica, repetimos– de su contenido. Lo cual quiere decir que, sin siquiera darse cuenta, en esta obra, don Laureano sigue en esa modalidad que encontramos en la novelística nacional, la de expresar, mediante la forma de la novela, una profunda preocupación por el devenir de la República Dominicana. Esto, lejos de ser un sentimiento vacío y de mera propaganda revanchista por lo suyo, en los novelistas dominicanos es una actitud muy digna de encomio. Y debería serlo aún más en estos días, días en que el globalismo nivelador se ha empeñado en arrasar con la misma idea de las naciones, de las patrias, individuales. En efecto, no son pocos los jóvenes escritores que, seducidos por este canto de las sirenas de la globalización, han definitivamente rechazado el concepto de una nación, de una patria individual, propia. De ahí que mucho de los que ellos escriben tenga muy poco sentido, no esté relacionado con la realidad inmediata vivida por el pueblo, y sólo se suscriba a la estética falsa y sin sentido de la literatura light. Hablar de una patria, de su propia identidad, su idioma, religión, costumbres y cosas así, dicen, ya no es ninguna prioridad del escritor. Los países individuales tienen que desaparecer, y, junto a ellos, los mismos pueblos. Estos últimos serán sólo una masa homogénea de gentes sin ninguna distinción entre sí mismas. Esto, pensándolo bien, no es más que una simple quimera. Pero una quimera que, de volverse una realidad, terminaría siendo tan monstruosa como lo era la Quimera de la mitología griega.

En El estudiante ciego, los dos personajes principales, Pedro, el ciego, y Manuel, su amigo, representan el pueblo dominicano. Este pueblo tiene sus limitaciones, y a éstas hay que superarlas, si es que se quiere progresar y hacer de la patria dominicana un país moderno y respetado en el mundo. Por eso, aunque tenga limitaciones como invidente, Pedro no se conforma con su triste destino; lucha por superar su condición. Estudia en el liceo e ingresará a la Autónoma con el propósito de convertirse en maestro. Como tal, piensa impartir docencia en la Escuela Nacional de Ciegos. Lo cual quiere decir que, al superar su condición, luego ayudaría a los demás invidentes a seguir su ejemplo. O sea, que el pueblo dominicano no tiene que quedarse atado a su trágico destino, ese destino que ha sido suyo desde el mismo comienzo de la nación, sino que tiene que romper la barrera de sus limitaciones (la ceguera) y alcanzar su pleno desarrollo, en el progreso y la democracia (esa luz que ahora le falta). Y Pedro, en efecto, tomará este sendero. Es el fatalismo de siempre lo que lo llevará a la destrucción. Fatalismo, no de parte suya, pues empieza a vivir tras la ayuda de Manuel, y hasta logra llegar a la universidad; fatalismo, más bien, de la misma nación, en sus instituciones corruptas, violentas y represivas, y aquí simbolizado por el actuar de la policía durante los disturbios universitarios que desembocan en la muerte de un joven, Pedro, que se está superando y que representa un futuro mejor para el país. Es decir, el pueblo dominicano (Pedro) hace esfuerzos para crear una nación diferente a la que tiene; sin embargo, ahí están las rémoras ancestrales (la corrupción, la violencia y la represión) que desafortunadamente se lo impiden.

De ahí el otro personaje principal, Manuel. Éste representa el pueblo dominicano también, como hemos dicho. Al igual que Pedro, él tiene una historia triste en su pasado. Pedro, como sabemos, se quedó ciego a causa de la violencia y la represión; Manuel, por su parte, tuvo una infancia infeliz, pues, como hemos visto, su padre, en su propia ceguera (el sonambulismo) casi mata a su madre y termina por ahorcarse. Guelo era un hombre bueno y cariñoso, pero llevaba encima ese destino fatal. Pues bien, Manuel no hace de la tragedia de su familia (la patria) una excusa por no superarse a sí mismo. Como Pedro, en el liceo no se mete en las constantes y estériles manifestaciones estudiantiles. Para él, como para su amigo, esos estudiantes que visten boinas y hacen ademán de rebelión son sólo unos “exhibicionistas”. Ellos nunca lograrán crear una patria mejor. No lo lograrán simplemente porque no tienen ideas propias y nada más repiten eslóganes típicos de las izquierdas. Para levantar al país y crear una verdadera patria se necesitan más que eslóganes vacíos y rebeldía narcisista. Hay que estudiar duro, prepararse, tener un plan preciso fundamentado en ideales concretos. Y esa será la vida de Manuel. Estudia en el liceo y después, con la ayuda de su hermana Chiri, una dominicana que se superó, aprendiendo de su esposo europeo y sus viajes por el Viejo Continente, viajará a España, para estudiar derecho en la Computense, y a Francia, donde se especializará en Derecho Constitucional. En efecto, Manuel se convertirá en una luminaria en el campo y regresará a su país para trabajar asiduamente en la elaboración de la nueva constitución, documento que pondría a la República Dominicana al día en términos de legalidad y derechos humanos. Esa nueva constitución no solo le da a la sociedad dominicana un instrumento idóneo para funcionar en el mundo moderno; logrará también, a través de sus estatutos, eliminar la corrupción, la represión tradicional (representada por la Policía y el Ejército) y la violencia. O esa sería, como es obvio, su meta ideal. Después de todo, ¿qué país puede alcanzar similar perfección?

Pasamos ahora a los personajes femeninos. Como ya dijimos, éstos representan la patria. ¿Cuál es el destino que estas mujeres han experimentado? Veamos.

Isabel, la madre de Manuel, ha tenido el triste destino de ser rechazada por su familia a causa de su amor por Guelo, un hombre bueno, pero pobre. Con el paso del tiempo, tiene que vivir una vida expuesta al miedo como consecuencia del sonambulismo de su esposo, algo peligroso y violento. O sea, que la patria dominicana ha estado expuesta constantemente al fracaso y a la violencia. Isabel recibe una estocada casi mortal por parte de Guelo, y, cuando éste se suicida, quedará viuda, sin un hombre que la ampare en la vida. Chiri, la hermana de Manuel, tiene más suerte. Logra casarse con un francés acaudalado, aunque sí veinte años mayor que ella. Pero esto no impide que se dedique no solo a cuidar a su esposo, sin nunca traicionarlo, sino que aprovecha esa oportunidad para hacer algo consigo misma. Se educa y progresa. No se queda estancada en una fácil existencia, como sería normal en sus circunstancias. Lo cual quiere decir que hay una patria que sabe aprovechar las coyunturas que se presentan y progresar. Una patria que rechaza el destino triste y el fatalismo para mejorar su situación. Chiri, en efecto, está contenta consigo misma. Es una persona madura y entiende que a su hermano (el pueblo) hay que darle la oportunidad que se merece.

Además de estas dos mujeres, como ponerlo, respetables, en la novela aparecen La Balazo y La China, dos prostitutas frecuentadas por Manuel y Pedro. ¿Qué significan? La Balazo y La China representan la patria que cayó en desgracia, la que se vende y prostituye. En el fondo, tanto la primera, como la segunda mujer, son buenas y decentes. Sólo que cayeron en el vicio, y siempre como resultado de alguna tragedia en la vida, como en el caso de La China, cuando le cuenta a Manuel que terminó en esa vida a causa de la miseria de su familia. La Balazo, por ejemplo, no se acuesta con Manuel por dinero; lo hace porque, en lo íntimo, éste la trata como persona, que es un amigo. Es por eso, en efecto, que accede a iniciar a Pedro en el sexo. Es como un favor que le hace a un amigo, dice. Y así es.

No en balde, entonces, al finalizar la novela, se nos dice que La Balazo se casa con uno de sus clientes, recién graduado de médico. Tendrá la oportunidad de rescatarse, y, cuando Pedro le da la noticia por teléfono a Manuel, riéndose del asunto, éste lo regaña y considera que está siendo injusto con ella, la cual se había sacrificado para que pudiera experimentar algo placentero en su vida. Los dos amigos, al final, acuerdan que, una vez Manuel regrese al país, visitarán a la pareja recién casada para darle todo su apoyo. Es más, Manuel expresa que ojalá le toque igual suerte a La China. En otras palabras, la patria dominicana es intrínsecamente buena y decente. Se encuentra en el triste trance en que está, sólo por la historia que ha tenido y porque el pueblo que la conforma se ha quedado en la corrupción, la represión y la violencia. De haber tenido mejores oportunidades en la vida, La Balazo y La China hubieran terminado siendo tan respetables como lo son Isabel y Chiri. Lo que quiere decir que hay esperanza para el futuro, y esa esperanza, como vimos, la representa Manuel, cuando regresa a su patria y se involucra en las reformas que desembocan en la aprobación de la nueva constitución, esa que le llevará institucionalidad y hará de ella un país moderno y democrático.

Ahora bien, ¿por qué la República Dominicana no pudo lograr estas cosas antes? Por su historia violenta, desde la Colonia hasta las muchas dictaduras y la etapa de las izquierdas bobas, las mismas que pretendían imitar la revolución cubana. Por eso, la novela nos habla no solo del período trujillista, sino, además, de lo que vino después. En efecto, ella se desarrolla en los tiempos de las izquierdas bobas, cuando los estudiantes revoltosos hacen imposible la tranquilidad y la enseñanza en el plantel del liceo donde Manuel y Pedro estudian. Más tarde, serán justamente esas izquierdas a causar la tragedia de la muerte de Pedro. La Policía sólo reacciona a la muerte de un coronel, debida a los disturbios en la universidad. Si no hubiera habido disturbios, el coronel no habría perdido su vida. Y tampoco la habría perdido Pedro. Esto explica por qué Manuel, tras recibir la noticia de la muerte de su entrañable amigo, decide no hacerles caso a los deseos de su madre: que deje los estudios y regrese al país. Él entiende que no puede darse por vencido; que es necesario superar ese triste destino que le ha tocado a la patria, y esto se hace sólo levantando al pueblo del atraso y la violencia en que está sumido. Estudiará en Francia, entonces, para prepararse para esa lucha y llevarla a cabo cuando vuelva al país. ¡Qué tan fácil hubiera sido para él quedarse en el extranjero y pensar sólo en sí mismo o regresar al país, como su madre sugiere, y encerrarse en el fatalismo de siempre! Cuando toma su decisión de irse a estudiar en Francia, Chiri, contenta, lo abraza y le dice que ella (la patria ilustrada) no se esperaba otra cosa de él (el pueblo que quiere progresar). Y esto explica, por ejemplo, la razón por la cual Manuel se separa de Pilar, su novia española. Pilar también representa la patria; pero es una patria ajena, esa que él pudiera cómodamente hacer suya quedándose en el extranjero. Ellos se separan por una bobería. Pilar ve que Manuel todavía no ha logrado el nivel de civilización prevaleciente en el ambiente en que se encuentra viviendo. Es tosco y vulgar y necesita pulirse. Pero, ¿de qué vale pulirse, civilizarse, para después quedarse en el extranjero, cuando la patria verdadera, la patria dominicana, vive todavía en el atraso y sufre? De ahí, pues, todo ese discurso que se desarrolla en las últimas páginas de la novela, discurso donde Manuel habla de su patria, de la importancia que tiene para él, y de la necesidad de su parte de ayudar a cambiar lo que es su triste destino.

Como podemos ver, entonces, El estudiante ciego no es la simple historia de una amistad que se establece entre un muchacho invidente y otro con mejor suerte en un liceo de La Romana. Lo que hace que esa historia adquiera una dimensión social e histórica es exactamente el valor simbólico de sus personajes. ¿Planeó don Laureano su novela de esta forma desde el principio? No lo sabemos. Tampoco es necesario que lo hiciera de esa forma. Lo importante es que eso ocurriera porque, de no haber sido así, no hubiese sido posible escribir un análisis tan extenso y detallado al respecto. Para nosotros, la novela adquiere profundidad sólo a través de ese simbolismo que hemos expuesto. Es lo mejor que tiene. Y eso porque, como hemos dicho, la tendencia de don Laureano es la de escribir novelas muy lineales en su desarrollo. Es sólo al final, cuando ya todo parece estar perdido, que la obra sale milagrosamente a flote. Y lo hace, claro está, y cómo aquí lo hemos observado, a través del valor simbólico de sus personajes. Ahora queda por ver, mediante la lectura de sus demás novelas, si esta modalidad es un hecho constante en él. Si lo es, esto quiere decir que está consciente de ese valor y lo emplea regularmente como una técnica en su propia escritura, lo cual resultaría una nota muy interesante dentro de la novelística del país. Por ser algo del todo inusual e inédito al mismo tiempo.

(29/9/16)

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