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TESTIMONIO

Periodismo y literatura

Hay un gran equívoco. Un problema de ignorancia. Periodistas que confunden la literatura con el retoricismo, escritores, literatos, que confunden el periodismo con la banalidad y que cono Kierkegaard, se apuntarían los primeros a un pelotón de fusilamiento para quitar de en medio a los chicos de la prensa.

Lo que nunca olvidaremos de los periódicos, o de la radio y la televisión, es lo que tienen de literatura. Un empresario de la comunicación decía cínicamente que un periódico es un anuncio rodeado de noticias. Pero un pie de foto, como los que escribía Álvaro Cunqueiro en el Faro de Vigo, puede llegar a justificar una tirada. Al fin y al cabo, uno de los placeres de la civilización contemporánea es el que anticipa el señor Bloom en el Ulises de Joyce. La huida al retrete con el periódico bajo el brazo.

Al escritor que es periodista se le supone una tumultuosa querella interna, como si trabajara con partes distintas del cerebro para escribir un reportaje o un cuento. Se supone también con frecuencia que la disposición mental es distinta cuando uno afronta una novela, una obra de arte, o un relato periodístico, que vendría a ser una artesanía menor. Me han preguntado muchas veces cómo llevo esa esquizofrenia. No tengo conciencia de esa fractura y por lo tanto me merezco el desprecio de algunos críticos y escritores puros que me sitúan en el purgatorio de la literatura. Vivo cualquier suceso con la perplejidad de un extraterrestre. Creo que el hecho más irrelevante puede esconder una piedra de toque, el comienzo de un asunto interesante. Prefiero seguir a un campesino en burro que a la comitiva motorizada de Manuel Fraga, pero si es Fraga quien va en burro, procuraré estar a la altura de las circunstancias.

¿Y qué hay de la diferencia entre ficción y realidad? Esto no es un tratado, así que no voy a poner pelma. El periodismo tiene unas exigencias a las que no está sometida la literatura. Los protagonistas de una noticia deben figurar en el registro civil. En un relato literario, no. Pero ¿son por ello menos reales Don Quijote o Emma Bovary? El hombre ha llegado a la Luna, pero un escritor llegó antes sin moverse de su buhardilla en París. Exigencias de comprobación aparte, la historia del periodismo está llena de mentiras que a veces duran cuarenta años.

Cuando tienen valor, el periodismo y la literatura sirven para el descubrimiento de la otra verdad del lado oculto, a partir del hilo de un suceso. Para el escritor periodista o el periodista escritor, la imaginación y la voluntad de estilo son las alas que dan vuelo a ese valor. Sea un titular que es un poema, un reportaje que es un cuento, o una columna que es un fulgurante ensayo filosófico. Ese es el futuro. Paradójicamente, muchos “profesores” siguen cortando alas, matando el escritor que debe anidar en cada periodista. La literatura, la metáfora, la mirada personal, es hermana de la precisión, como la verdad histórica es hermana de una cámara como la de Walker Evans o Sebastião Salgado. Por eso es inolvidable la literatura periodística de gentes tan dispares como John Reed. Günter Wallraff, Hunter S. Thompson, Corpus Barga, Manu Leguineche o Alfonso Armada.

Creo, como García Márquez, que este es el oficio más hermoso del mundo. También, con el maestro Luis Pita, sabio y escéptico en su exilio, que el periodismo es un asco, donde abundan mercenarios que no creen en su oficio ni en el valor de la palabra. Los dos tienen razón. Que la diosa libertad me proteja para no traicionarlos.

De las preguntas clásicas a las que debe dar respuesta un trabajo periodístico, hay una, por qué, que se mantiene como una obsesión desde los tiempos de la educación sentimental. Quizá es esa perplejidad ante el mundo y la búsqueda de los porqués el verdadero nexo entre literatura y periodismo.

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