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Cuentos de Armando Almánzar

Entre la copiosa producción narrativa del destacado escritor y crítico de cine Armando Almánzar, hemos seleccionado uno de los relatos incluidos en el libro “Cuentos en cortometraje” (1993) y un fragmento de su cuento “El Gato”, uno de los relatos dominicanos más conocido en la historia de nuestras letras y ganador del primer premio Exaequo junto a Abel Fernandez Mejia y Miguel Alfonseca en 1966.

“Diez historias retrospectivas”

Cuentos en cortometraje

Diez

Te lo explicaron desde muchacho: según la Teoría de la Relatividad, si salieras de aquí en una nave espacial a la velocidad de la luz y llegaras a Plutón y regresaras en, digamos, cuatro meses, esos cuatro meses habrían transcurrido para ti, que estabas dentro de la nave, pero para quienes habían permanecido aquí, en la madre Tierra, habrían pasado… quien sabe, muchísimos años. ¿Comprendes? ¿No? Pues no te preocupes, que casi nadie entiende nada pero es así como funciona el asunto.

Nueve

Pero ya sabías sobre eso de que el tiempo es relativo antes de que el hirsuto Einstein te lo dijera. Es más, sin que le tengan que explicar sobre teorías, todo el que ha estado enamorado cuando joven lo ha vivido, sentido y experimentado. Y, si no, recuerda cuando apenas disponías de media hora para estar con la amada de tu corazón lo fugaz de esos minutillos, lo vertiginoso del paso del tiempo.

Ocho

Y, por el contrario, cuando estabas allí, clavado en el sillón de dentista o sembrado en el pupitre tomando una prueba de matemáticas, esos pocos minutos de la realidad se te convertían en una eternidad de torturas, atado para siempre, como divino castigo, digno de Sísifo o de Tántalo.

Siete

O, siendo mayor, hombre con responsabilidades que mantiene una familia, tus horas se estiran y estiran, se sudan, se rascan, amodorran y sobresaltan, mientras los años de la juventud se escurrieron a través de tus huesos sin que lo advirtieras, subrepticios, ligeros, ingrávidos, arena entre los dedos, agua en el colador…

Seis

Y más adelante, ya los amores perdidos, las ilusiones frustradas, los hijos vagando cada uno por su lado como si nunca hubieran existido, como si jamás hubieran sido tuyos, las horas en el cuarto de la pensión te asfixian, te aplastan, no acaban nunca, se apretujan sobre tu cuerpo ahogándolo con un calor húmero y pegajoso que te hace salir a la calle a aburrirte de otra manera, a sofocarte entre la gente más solo que nunca.

Cinco

Hasta que decides dejar de mirar sin ver esa granada de mano que has tenido de adorno sobre tu mesita de noche desde hace más de 25 años, desde aquellos días lentos pero refulgentes de la revolución del ’65, cuando la encontraste junto a un “Jeep” incendiado, hasta que decides darle utilidad y sales con ella como única compañera a darte de bocas con el primer banco que se te pone en el camino y la levanta como triunfal trofeo.

Cuatro

Y esos escasos minutos frente a tantos ojos aterrorizados son también un tiempo de nunca acabar desbordado de miedo, de nervios, de temblores, de miradas de reojo, de movimientos furtivos, de sollozos y desmayos, de chillidos y suspiros, de respiraciones agitadas, de cámaras de TV enfocándote para granjearte una fama posterior y un predecible destino.

Tres

Pero nada de eso importa ahora que subes a tu viejísimo Volkswagen arrojando hace atrás las bolsas repletas de esa enorme cantidad de dinero tan soñado que no parece real, ahora también va a dar el asiento trasero tu amiga de mano, ahora su percutor se engancha con saña de piraña en el malhadado cinturón de seguridad que te antojaste de usar porque ibas a volar como Mercurio para escapar de Hades.

Dos

Ahora piensas lo que antes nunca te ocupaste ni mucho menos preocupaste de pensar: ¿Servirá todavía esa tan herrumbrosa, vetusta granada de mano? Y la Teoría de la Relatividad te colma de nuevo el cerebro: las fracciones de segundo huyen despavoridas cuando por fuerza tienes que zafar el cinturón de seguridad, cuando tienes que salir del auto otra vez para asomarte a una calle salpicada de caras hoscas y dedos acusadores.

Uno

Cuando empujas hacia adelante el asiento y te asomas a buscar en el interior del Volks porque vas a perder todo ese dinero y todo es oscuridad, confusión y bolsas repletas, una fortuna para un sueño de un instante. Cuando asomas al interior del auto asomas al borde preciso donde termina la mar océano, al abismo donde expira todo, donde se extingue el tiempo…

Cero.

El Gato

Dos puntos fosforescentes acechaban desde la parte superior del techo; ante ellos, la superficie de éste se extendía a la débil luz de las estrellas, cubierta de hojas y papeles aplastados y podridos por lluvia; el animal descansaba muellemente, sin moverse; sus ojos no se apartaban del rincón opuesto del techo, aquel donde varios maderos viejos y carcomidos estaban apilados.

De pronto, los músculos del gato se pusieron en tensión, se convirtieron en firmes elásticos, prestos al salto; sus ojos se clavaron en un hueco entre dos maderos? la cabeza del ratón estaba allí, asomaba, moviéndose ligeramente de un lado a otro, como esperando a ver qué sucedía; la paciencia del gato iba dando sus frutos, al fin salía el escurridizo ratón, se decidía a abandonar su cueva en busca de alimento; allí estaba, ya salía?

- Y, dime, querida, cómo te fue en ese juego de canasta? La voz resonó bastante fuerte; ella y un torrente de luz amarillenta brotaron de improviso desde la abierta ventana del segundo piso de la casa del lado; casi simultáneamente, el ratón retrocedió de un solo brinco los pocos pasos que había avanzado, introduciéndose de nuevo en su refugio.

Los músculos del gato se aflojaron mientras sus ojos miraban hacia la ventana y sus orejas se movían ligeramente.

- Oh, ya sabes como son esas reuniones, Ernesto; la canasta, unos cuantos cócteles y ? chismes, muchos chismes?

- Si, sobre todo los chismes, querida; no podían faltar en una reunión? de mujeres?

Un rectángulo de claridad se extendía sobre el techo; más allá, el gato estaba sentado de nuevo, cómodamente, los músculos relajados; sus ojos se entornaban al mirar por sobre el rectángulo hacia el rincón oscuro de los maderos.

- Estaba la esposa de Alberto, querida? La voz llegó esta vez algo más distante, profunda. - No, no estaba Isabel.

Un fuerte gorgoteo se escuchó al mismo tiempo que la voz, alejada y profunda; el gato volvió la vista hacia la ventana y pestaño varias veces.

- Fue en casa de Julián el juego? - Eh? no, no fue en casa de Julián.

Una suave brisa soplaba desde el Norte; los ojos del gato brillaban en la oscuridad; ya se acostumbraría pronto a las voces y a la luz, ya saldría de nuevo de la seguridad de la cueva.

- Y entonces, dónde fue el juego, Maria? La voz del hombre se escuchaba ahora más fuerte y clara, aunque en realidad había bajado un poco el tono.

- En casa de Amalia.

Una sombra se alargó casi hasta el techo de la casa vecina al recortarse la figura del hombre contra la ventana; el gato miró la sombra, luego la figura, y se movió sobre sus acolchadas patas traseras, con suavidad, impaciente.

- Creí que me habías dicho que iban donde Julián. - Si, si; íbamos a casa de Julián; pero luego se decidió ir donde Amalia.

- Ah!

La sombra alargada se deslizó sobre el techo y se fundió en el oscuro resto de su superficie.

- Menos mal que no fueron donde Julián. - Por qué lo dices? - Es que estuve a punto de ir allá al salir de la reunión?

La espalda del gato se encorvó, mientras sus orejas se movían hacia los lados; un leve crujido había surgido del rincón de los maderos?

-Hubiera sido un viaje tonto si lo hubiera hecho, no es así querida?

La voz de la mujer llego al techo algo apagada a su vez, insegura?

-Si? claro Ernesto, claro? - Así es, querida, así es; hubiera sido un viaje tonto; porque tu no estabas donde Julián? verdad?

El lomo del gato estaba completamente arqueado, los músculos de sus patas tirantes como resortes, sus ojos clavados en el rincón oscuro de los maderos, donde de nuevo asomaba la nariz olisqueante del ratón, moviéndose nerviosamente de un lado a otro?

No, no? cómo iba a esta ahí si? si estaba jugando? en casa de Amalia?

El cuerpo del gato se levantó un poco sobre sus patas, lentamente?

- Pues yo, como no estaba seguro del lugar donde jugaban, querida, decidí llamar a casa de? Amalia? para? informarme?

El felino se movió sinuosamente hacia delante, dos, tres paso; el ratón había avanzado, en una nerviosa carrerita, un buen trecho sobre la superficie del techo.

- Este? sabes, Ernesto, no quería decírtelo, pero no fuimos a jugar, fuimos a un bar y bebimos unos tragos? una tontería, no debí hacerlo, por eso? por eso no quería decírtelo?

-Si, una tontería? y sin embargo tu carro estaba en la marquesina de Julián?

Las patas delanteras del gato se encogieron mientras su rabo se arqueaba; el ratón olisqueaba una vetusta semilla de mango, punteando el suelo con sus tímidas patas?

- Pero Ernesto, no estarás creyendo que yo? - No? querida, no estoy creyendo nada malo de ti; estoy seguro, completamente seguro?

El elástico cuerpo se movió hacia atrás, sin despegar las patas del suelo cubierto de hojas y papeles podridos?

- No, Ernesto, no; no es como tú crees, estás equivocado? qué vas hacer, Ernesto, qué?

Una mancha atravesó velozmente el alargado rectángulo de la luz?

- No, no por favor?

El cuerpecillo del ratón se estremecía espasmódicamente, al resonar el agudo alarido, el gato levanto la cabeza; sus pupilas brillaron al reflejar la luz de la ventana?

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