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LAS PÁGINAS BLANCAS

José Agustín Goytisolo

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Carlos X. ArdavínSanto Domingo

En 1987, la ciudad de Oviedo se había convertido ya en la urbe encantadora que es. Tal vez, siempre lo había sido y yo no me había percatado hasta aquella tarde de primavera en que tuve el privilegio de escuchar al poeta José Agustín Goytisolo.

Todo resultaba más luminoso junto a él: el teatro Campoamor, la bulliciosa calle Uría con sus transeúntes, los parques solitarios, las plazas íntimas, la antigua catedral. Vetusta parecía una ciudad nueva al amparo de las palabras de Goytisolo. Recuerdo que el poeta llevaba una rosa roja en la mano, un pitillo a medias entre los labios y la mirada lastrada de melancolía. Le dije, mientras apurábamos una copa de mistela, que había leído por vez primera sus poemas en la Biblioteca Jovellanos de Gijón, una mañana en la que, escudriñando un estante, di con su libro “Palabras para Julia”. El poeta sonrió, terminó su mistela y me comentó que aquel libro era uno de sus predilectos. Yo, desde aquel día, intuí que mi destino podía ser la poesía.

Al regresar a casa escribí en la noche algunos versos que aún conservo en un viejo cuaderno: “Palabras para José Agustín Goytisolo”, los titulé. Hoy me resultan tan lejanos. Muchos años después supe que José Agustín Goytisolo había muerto en Barcelona, su ciudad. Sus familiares dijeron que se había caído al pavimento mientras limpiaba una ventana de su apartamento; sus amigos, que se había quitado la vida.

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