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Identidad

“Hemos mejorado mucho pero nos falta un largo trecho”

Para Silvio Torres Saillant, a los dominicanos nos queda de Trujillo la tolerancia por el autoritarismo, la aceptación pasiva de esta ecuación sabichosa que promueven nuestros gobiernos.

El pensamiento y la obra de Silvio Torres-Saillant hablan por sí solos. Establecido en los Estados Unidos ha merecido diversos reconocimientos, tanto en RD como en el extranjero. Entre otros, posee la distinción de Duarte Sánchez y Mella otorgada por el Estado Dominicano.

Agudo, polémico y sobre todo, con un rectilíneo pensamiento que no se doblega con el paso del tiempo, Torres Saillant expone una parte de sus ideas para Ventana en el compresor digital de una grabadora. A continuación, los dejamos con la transcripción de su valioso testimonio ofrecido a raíz de su reciente visita al país.

Ibeth Guzmán: Háblanos de tu regreso al país... Silvio Torres-Saillant: Me he sentido muy bien tratado, además de muy contento de ver como los libros atraen a diversos sectores de la comunidad en los predios de la Feria. Uno puede medio deducir, sin hacer el estudio científico que haría falta, que los asistentes provienen de distintos niveles sociales. Sobre todo se ve un predominio de jóvenes, lo cual para mí resulta sumamente importante. Cuando la juventud muestra interés por los libros, especialmente en el momento actual en que se escucha a descuidados ministros de educación declarando que es hora de tirar la mochila y cambiarla por una tableta, tenemos razón para seguir esperanzados.

IG ¿Cómo has visto la sociedad dominicana? S.T: Ver la sociedad dominicana requiere ojos cuerdos que capturen igual lo bueno que todo cuanto requiera reparo. Es decir, debemos evitar ser ilusos igual que ser injustos. Por ejemplo, los jóvenes que participanron en la Feria del Libro nos dan razón para regocijarnos, así como los y las compatriotas que a lo largo y lo ancho del país se aferran al ideal de una sociedad igualitaria, inclusiva y justa en la que se premien los aportes positivos y se condenen las acciones dañinas de figuras públicas, no importa el poder que ostenten. Aquí hay muchísima gente que sigue aguerridamente aferrada a la idea de labrarse un futuro en su suelo y encaminar su familia por el sendero de la decencia. Pero también está la sociedad que aflora al plano noticioso y que, cuando le pone uno atención y se fija en el coro de quejas legítimas sobre cuanto urge mejorar, puede flaquearle el sentimiento de esperanza. En fin, mirar a su país requiere equilibrio.

Te cuento algo a manera de chiste ilustrativo: yo he sido miembro de la junta de directores del Desfile Dominicano en la ciudad de New York, que se reinició hace dos años. También había sido cofundador del mismo cuando la iniciativa surgió en los ochenta. Terminé distanciándome cuando llegó a predominar un liderazgo que se había apartado del ideal comunitario que nos llevó inicialmente a atender el llamado de Guillermo (Miguel) Amaro, el arquitecto intelectual del proyecto. Luego, ya en manos autocráticas y personalistas, el Desfile pasaría a convertirse en objeto de escándalo e irregularidades que, al final dieron pie a la intervención de las autoridades estatales. De ahí el desmantelamiento de la junta de directores y la formación de una nueva, de la cual acepté formar parte.

El domingo 14 de agosto del 2015, cuando la nueva directiva logró la festiva marcha por la Avenida Broadway, en Midtown, Manhattan, me tocó, por varias horas, hacer servicio en la tarima central, al lado de nuestra muy capaz maestra de ceremonias. Tal como manda la ocasión, ella amenizaba el momento con superlativos elogios a la belleza, el talento, la dedicación y el arrojo del pueblo dominicano. Frente a la tarima pasaban carrozas, grupos de baile, bandas musicales, vehículos de índole y tamaños distintos, en su mayoría también armados de micrófonos y amplificadores, a través de los cuales los compatriotas pregonaban altisonantes alabanzas destacando los méritos innumerables de nuestra gente. Todo aquel bombardeo de encomios a nuestra grandeza me puso muy contento por la alegría y el ambiente positivo; lo alentaba, sobre todo tratándose de un Desfile fundado en los ochenta por compatriotas en la gran urbe a quienes entonces les urgía decir a la ciudad y al resto del país “estamos aquí y, como todos los demás, merecemos y exigimos respeto”.

De veras muy bonito todo aquello. Sin embargo, al terminar el evento y llegar la hora de irme a la terminal de autobuses para mi regreso a Syracuse, comencé a temer el posible efecto de haber estado allí en esa tarima, oyendo más de dos mil veces sin parar durante casi tres horas, la repetición de lo grande y fenomenal que somos los dominicanos. Se me ocurrió que tal vez corría el riesgo de caer víctima de un ataque de ultranacionalismo agudo. Temía la posibilidad de pasarme todo el trayecto de regreso a casa mirando con pena o desprecio a todo quien le hubiese tocado el infortunio de tener un origen nacional distinto al mío. Para evitar que ello aconteciera, me detuve en un estanquillo de periódicos que distribuye diarios dominicanos, adquirí un ejemplar de cualquiera de ellos y leí los titulares de las tres primeras páginas, más el primer párrafo de un par de los artículos. Con esto se me equilibró el ego nacionalista, dándome razón para confiar que no padecería del ataque temido. (Risas).

Los ultras me dan mucho miedo. No recuerdo un caso en el que no hayan terminado enlodando groseramente aquello que dicen defender. Su discurso pseudo-social por lo regular disfraza una agenda personal. No quisiera convertirme en uno de ellos.

IG: Háblanos de las rutas creativas que debe tomar la literatura dominicana. ST: Lo primero es arrancar con lo que tenemos. Aquí una vez los escritores parecían estar muy preocupados, casi obsesionados con el ideal de lo universal. Deseaban escribir con el objetivo de hablarle a toda la especie humana. Temían, por tanto, que el acento criollo o el color local obstaculizaran la realización de ese deseo. Hablaban de escribir textos que trascendieran el espacio inmediato. Lamentablemente esa aspiración, así en abstracto, realmente no tiene asidero alguno. Se nos olvida a veces que, Shakespeare se lee hoy en la India y Cervantes en Latinoamérica, debido al dominio imperial que ejercieron Inglaterra y España sobre civilizaciones enteras e inmensas regiones allende los mares. Nada quita que sean grandes escritores. Pero el talento literario no camina solo. Yo admiro enormemente el talento de nuestro Junot Díaz como artista literario. ¿Pero acaso basta su talento para explicar que hoy se le esté leyendo en ruso, croata, coreano, hebreo, holandés, alemán, chino, japonés, polaco, serbio, checo, suizo, turco y esloveno, aparte del inglés y las lenguas romances? Junot sería el primero en admitir que sin haber tenido la suerte de insertarse en la poderosa y globalizante industria editorial estadounidense, así como la mística de sus jugosos premios, sus escritos difícilmente habrían llegado a lectores de tantas geografías en tantas lenguas.

El éxito, a final de cuentas, es tan inescrutable como el Dios que encontramos en el “Libro de Job”. Tampoco hay que regirse por una noción monolítica del triunfo. El triunfo del novelista mexicano Carlos Fuentes, medido por el nivel de prestigio internacional y cantidad de libros vendidos, supera notablemente al del poeta nacional dominicano Pedro Mir. Pero el verso de Mir tuvo un impacto en su pueblo jamás igualado por la narrativa de Fuentes en el suyo. Mir realmente articuló un decir y transmitió un sentir que caló hondo en la conciencia de la población dominicana, que ansiaba escuchar sus propios deseos de justicia y libertad expresados con aquella hondura. De ahí que a Mir se le venerara en su país, mientras que a autores mundialmente famosos como Fuentes, solo se les admirara.

Por lo tanto, me parece sensato enfocarse en la escritura como oficio y no tanto como carrera literaria que ha de llevarte al éxito. Enfatizar la carrera literaria te desconcentra del trabajo solitario de lidiar con este borrador que estás componiendo o corrigiendo aquí y ahora. La historia literaria se compone de obras específicas, no de las carreras de sus autores. La meta sería concentrarse en producir obras que importen a la gente de carne y hueso que comparte tu mundo y que, por lo tanto, representa la expresión más tangible de eso que llamamos la humanidad. Dichas obras han de salir de un trabajo honesto que te ubiquen en tu inquebrantable condición de mero mortal y que permitan a tus semejantes verse también retratados en ellas. Después de hecha la obra, que los dioses repartan suerte.

IG: ¿Piensas que la especificidad desde donde se escribe no limita la visión de los textos? ST: Al contrario, la posibilita. A mí me conmueve el color local y el acento criollo de la tragedia ateniense de más de tres siglos antes de Cristo. Sé que desde mi ubicación antillana no tengo forma alguna de recuperar el contexto social, la cotidianidad, ni las angustias personales de Esquilo, Sófocles o Eurípides. Pero también sé que sus obras abren una brecha para yo encontrarme y darme por aludido en sus indagaciones genuinas sobre la complejidad de la existencia. Las personas tanto en el lejano ayer ateniense, como en el cercano hoy cibaeño deben navegar mares tempestuosos al enfrentar su momento en contextos políticos determinados y cargar sobre sus hombros legados pesados de una historia nacional o familiar que les limita la capacidad de materializar sus aspiraciones, sin tener que negociar con sus principios. No importa que la ciudad se llame Tebas y esté ubicada en las inmediaciones de la planicie de Beocia para un tiempo remoto en una geografía mediterránea que no puede significar mucho concretamente para mí. Pero las personas que habitan el escenario de esas obras me llevan a la empatía porque padecen dudas, conflictos, dilemas y dificultades morales que yo reconozco en mi propia existencia. No tiene sentido, por tanto, procurar la universalidad como si ella necesariamente tuviera una dirección postal extranjera.

En algún pasaje de “El escritor y sus fantasmas”, dice Ernesto Sábato que, Shakespeare no hacía esfuerzo alguno por recuperar la época ni reconstruir las circunstancias de los personajes que poblaban sus piezas de temas históricos. Para darles vida y hacerlos creíbles se valía de mirar con atención a sus propios contemporáneos en situaciones equivalentes, fijándose en las conductas que desplegaban al lidiar con los retos de la vida pública o privada.

Después de todo, no hay nada que haga el drama político enfrentado en el 1963 por Juan Bosch, culminando en su derrocamiento y exilio, inherentemente menos universal que el enfrentado unos dos mil años antes por Cayo Julio Cesar, culminando con su asesinato.

Solo le hace falta a la imaginación literaria dominicana la voluntad de romper con la jerarquía de valores que nos enseñó a vernos como entes terciarios en el relato de la experiencia humana.

(+) ¿QUÉ NOS QUEDA DE TRUJILLO? ST: Nos queda de Trujillo la tolerancia por el autoritarismo. Nos queda la aceptación pasiva de esta ecuación sabichosa que promueven nuestros gobiernos entre las autoridades oficiales y la nación.

Se ve en el ejemplo del arquitecto Eduardo Selman en el 2015, cuando, siendo Cónsul General de la República Dominicana en New York, procedió a declarar a Junot Díaz “anti-dominicano.”

El nombre del escritor repudiado apareció en la página web del Consulado en un texto donde el funcionario además, daba a conocer su intención de revocar la Orden al Mérito Ciudadano, la distinción que el Gobierno Dominicano había conferido a Díaz en febrero del 2009. net 23 oct. 2015).

Mi problema estriba en que el Cónsul valida la oposición del escritor a una acción de su gobierno contra un segmento étnicamente marcado de nuestro pueblo que lo hace automáticamente “antidominicano”

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