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LA CUARTA PARED

La mañana bajo el sol

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Virginia Sánchez NavarroSanto Domingo

Rubí murió a mitad de semana. Me gustaría pensar que lo hizo así, un día cualquiera, de un mes cualquiera, para no causar mucho impacto ni alteración al día a día de los de la casa. Me gustaría pensar que como sabía que habría un cumpleaños pronto, decidió partir, con al menos una semana de distancia, para no oscurecer las festividades. Me gustaría pensar todo eso, pero la realidad es que, Rubí no sabía que se moría.

Se sentía tan bien luego de ser operada y, al regresar a casa, encontró a todos tan contentos que no le podía caber duda alguna de que en verdad todo había sido un éxito. Entonces volvió a comer lo que le gustaba, volvió a levantarse cada mañana a tomar el sol en el jardín antes de que la algarabía del día comenzara, volvió a disfrutar de las pequeñas cosas y, como no, a dejarlas pasar y a sentirse ofendida cuando estas pequeñas cosas no salían a su modo.

Todos en la familia se alegraron. Rubí había llegado a ser tan importante en la casa que ya no sabían como se hacían sin ella. Sin sus ocurrencias, sin sus quejas, sin esa energía que, todavía a su larga edad, recorría cualquier espacio hasta llenarlo. Sí, Rubí fue aceptada en aquel lugar como una más de ellos y Rubí, un poco narcisista al fin, llegó a pensar que era más bien ella la que los había acogido a ellos. Al fin y al cabo, sabía muy bien que estaban en esa casa todos un poco perdidos, un poco necesitados de nueva compañía.

Y así la vida volvió a ser normal. Tal como ella quería.

Por eso cuando regresó la lentitud de la piernas decidió ignorarla. Decidió simplemente adaptarse a su paso. Cuando el hambre, que tanto reinaba su humor, se convirtió en subalterna de sus dolores decidió recordar que, después de todo, siempre le habían recitado a coro que tenía que rebajar y hasta se sintió orgullosa al ver que en unas semanas ya estaba en la mitad de su peso. Cuando el aire le empezó a faltar... cuando el aire le empezó a faltar empezó a preocuparse. En silencio observaba a todos en la casa para ver si notaba consternación en sus miradas. Y consternación encontró. Esa última semana vio cómo casi nunca la dejaban sola, siempre estaban ahí viendo si de casualidad necesitaba algo, dándole abrazos repentinos, diciéndole de cómo se había dejado enflaquecer y que, al contrario, le prepararían sus comidas favoritas para que le aumentara el apetito. Hicieron tan agradable esa semana que otra vez se le olvidaron a Rubí sus sospechas y preocupaciones. Y cuando ya tenía a fuerzas que levantar la cabeza para poder inhalar un poco de aire, al punto de no poder dormir por la incómoda posición, se dijo que era tan solo otra cosa más a la que tendría que adaptarse. Después de todo, era lo que había tenido que hacer durante toda su vida.

Los de la casa sabían que siempre que ocurría una muerte cerca, llovía. Rubí murió alrededor de las seis y cincuenta de la mañana y ese día, el sol se lució sin tener que echar lucha alguna contra las nubes. Solo a eso de las tres y media, a la hora del entierro, una brisa húmeda recorrió el patio pero, al ver que ese día no habría fiesta, se dio la vuelta y huyó avergonzada. Parece que las almas de los perros, al contrario de las humanas, son tan puras, tan transparentes, que no necesitan de la cubierta gris de la lluvia para ascender sin ser vistas, al cielo. Sí, el gigante sol brilló como si supiera que a la anciana Rubí le habían hecho trampa y ese día no la habían dejado siquiera terminar su recorrido hacia el patio para dejarse solear por él.

En la casa todos callaron. Algunos decidieron no pensarlo, ignorarlo para poder continuar con el día. Pero la realidad allí estaba, tallándoles un hueco muy adentro. El mismo hueco que los que se encontraban lejos, sin haberla visto otra vez, sintieron agrandarse poco a poco y sin poder pelearlo. Un hueco tal como el que quienes quedaron en la casa tuvieron que cavar para acomodar a la perrita. Y según echaron la tierra, y según marcaron el espacio, lloraron, pues sabían que allí, con aquel animal, quedaban echados también el pasado, la juventud, el tiempo que, estando tan entretenidos con Rubí, nunca notaron huir.

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