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Narrativa

El turno de los malos

En ocasiones, la forma en la que un autor se presenta en un texto es tan influyente que llega afectarlo mucho más allá de su estructura. A veces influye en la profundización de los elementos como el alcance de las acciones de los personajes. Este es el caso de “El turno de los malos”, de Fernando Berroa, galardonada con el premio Funglode. La historia recuerda lo que Mariano Baquero Goyanes nombra en su libro “Teorías de la novela actual” como un relato de estructura dual, que no es más que la narración de dos historias paralelas que terminan unidas por un vínculo que las entrecruza. Este tipo de obra concentra el clímax en la unión entre historias y no en la acumulación de acontecimientos que desencadenen en un gran estallido. Y es aquí donde se explica que una de las características de la novela actual sea su influencia de un género no canónico en el ámbito narrativo: el ensayo. Sucede entonces que las anheladas tensiones de la novela tradicional deban infiltrarse en ambas historias para reservarle el impacto a las razones que las unen. Fernando Berroa en “El turno de los malos” nos reserva un lugar en primera fila para observar los procesos mentales que lo convierten en escritor. Porque solo en esa cercanía es comprensible la idea de una simbiosis estructural tan intensa y a la vez tan distanciada. Dos historias contadas en una estructura bipartita es comprensible; ahora bien, la fusión entre el diario personal de un estudiante universitario con aspiraciones de escritor, relacionada con la muerte de un capo, si bien provoca un tipo de sorpresa, también hay que admitir que causa desconcierto. El autor, quien parece muy bien enterado del desconcierto que le provoca al lector con aquella rara simbiosis, no se detiene ante esto, pues el lector no actúa como, según Isser, debe hacerlo: un agente para completar la historia, sino que por el contrario actúa como si fuera cómplice del texto que vendría siendo su mejor amigo. Esto explica la tendencia de llamar la atención en el argumento antes que en la acción, ya que en el texto el autor participa como eje: sólo en él está la respuesta. Si desapareciera el lector, no pasará nada; si se aminora la historia, tampoco. Ocurre una desgracia cuando el autor desaparece, pues sin él no hay argumentos que expliquen la pertinencia de permanecer frente a dos historias que terminarán vinculadas. La forma diestra con que el autor maneja el enfoque dual hace que el lector avance en los carriles paralelos de una historia que funciona y mezcla mundos encontrados gracias a la magia de la literatura.

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