Santo Domingo 25°C/25°C few clouds

Suscribete

Politología

La admiración perversa

Para el notable fi lósofo alemán L. Feuerbach: “Nuestra época, sin duda alguna, prefi ere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser.”

El poder se consigue, generalmente, con dinero; en muchos casos por herencia y prestigio social; con violencia en innumerables circunstancias; a través de una práctica orgánica efectiva en muchas ocasiones; por el carisma de un actor y hasta por sus rasgos patológicos en otras; por conocimiento o destrezas en determinadas coyunturas, y con ayuda del azar en ciertos momentos. Igualmente, por el cálculo racional y el control e instrumentación de la vida emocional. Aunque estos mecanismos han probado ser eficaces, en este trabajo no trataremos sus articulaciones ni cada uno de ellos de manera específica. Sólo nos enfocaremos en el análisis de ciertas formas de seducción y envidia como vías para obtener algún tipo de poder.

La seducción, desde el punto de vista político, es el arte de encantar a los otros a fin de controlar sus voluntades, sus sentimientos, valores, deseos y acciones. En este caso no empleamos el término en el sentido de inducir al error, al pecado, ni a la corrupción, sino, con sutiles engaños, a los objetivos, cualesquiera que sean, perseguidos por el seductor. Por eso, Platón, en La República, la visualiza como aquella situación en que los humanos renuncian a sus ideas verdaderas, a su pesar, por el encantamiento -artificio- que suscitan en ellos las actitudes y las palabras de ciertas personas.

En la práctica política, sin embargo, la seducción está relacionada con la manipulación, al punto de confundirse con ella, con la persuasión; porque ésta persigue, a través de atractivos argumentos, conquistar la voluntad de las personas sin importar la verdad o falsedad de los mismos. Y con la disuasión, porque con ella se busca provocar temor en determinados sujetos a fin de revertirles ciertas disposiciones a la acción.

Llamar la atención Una vez presentados estos aspectos introductorios, el camino a seguir sería el análisis exclusivo de la “admiración” seductora y la envidia, como mecanismos de poder. Se trata, en el primer caso, de mostrar una aparente y exagerada fascinación por un personaje o celebridad -como lo hizo Eva en la película “Eva al Desnudo” de Mankiewicz- con el objeto de llamar su atención, lograr su cercanía afectiva-operativa, y así penetrar en su intimidad, en los laberintos de sus pensamientos y pasiones, en sus engranajes de poder y en sus relaciones sociales. Pero también para, con magistral teatralidad, supuestamente apoyarla y consolarla, anticipar sus necesidades, compensar sus debilidades, validar sus opiniones y defender sus intereses, con los mismos argumentos, ardor y movimientos persuasivos del modelo. Lo que se persigue, en última instancia, es lograr, a través de una fingida fidelidad, abnegación histriónica y una ostentosa efectividad, ganar su afecto y confianza para luego suplantarla y desecharla.

El seductor, en este caso, funciona como el álterego aparentemente manso del seducido. Eso no es todo, pues al conocer los defectos y pecados de su presa y los de las personas que la rodean -más su inteligencia emocional- termina por constituirse en una versión mejorada de su personaje. Esto le permite montar su propio espectáculo; es decir, dar a conocer su talento en el círculo de poder donde se mueve, que las gentes de ese medio prefieran tratar con él en lugar de con su jefe, y que llegue a lograr con éstos una complicidad donde el temor y la fascinación se confundan de manera peligrosa... y es peligrosa, pues por más apacible y encantador que parezca el seductor, los secretos que guarda del entorno social siempre constituyen un arma poderosa.

Oscilaciones afectivas La otra vía nace de la admiración ambivalente. Se trata de una fascinación envidiosa; es decir, de una atracción cargada de hostilidad, la cual surge, primeramente, con la identificación de un sujeto porque éste posee características sobresalientes. Luego aparece el rechazo cuando compara los talentos del modelo con los suyos. Esto lo lleva a sentir la superioridad de la persona comparada y la disminución de su valía y, más aún, su carencia como ser: punto de partida para sufrir por sus éxitos, odiarla, perseguirla, regocijarse por sus desgracias y desmeritarla de manera conspirativa.

Pero no siempre se produce una separación tajante entre estos sujetos. Se dan oscilaciones afectivas que van desde ciertos destellos de admiración manifiesta, hasta la hostilidad más o menos abierta por parte del envidioso. Y es que, en innumerables ocasiones, como resultado de sus frecuentes interacciones, el envidioso alcanza algunas de las destrezas del envidiado y con ello la revalorización de su autoimagen. En este punto se desencadena la confusión de sentimientos y el conflicto dramático del envidioso con respecto al envidiado. Comienza a comportarse, a pensar como el modelo y a creer, delirantemente, que éste le ha estado “robando su personalidad”. Por eso conspira contra el envidiado con el fin de suplantarlo en los roles que éste desempeña, pues entiende que esas posiciones le pertenecen y que el envidiado se las ha estado usurpando. Aunque lo explota y detesta, el envidioso no se separa demasiado del envidiado, pues sabe, y esto es parte de su tragedia, que lo necesita para enfrentar situaciones desbordantes. ¡He ahí su conflicto irresoluble!

Lo más decepcionante de todo esto es que, en el primer caso el “admirador encantador” tiende a triunfar sobre el modelo exitoso, porque generalmente explota su vanidad; y en el segundo, el “admirador envidioso” casi siempre se impone sobre el envidiado por la ingenuidad de este último o por la tremenda capacidad representacional del envidioso.

Tags relacionados