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Literatura

Mis poetas preferidos

Franklyn Mieses Burgos le aportó a la poesía su sello personal.

Nadie como él la trajo al presente, la vistió con el alma de su pueblo, y le aportó una belleza formal inconfundible, resaltando en ella los valores de su identidad.

Manuel Rueda le entregó universalidad a partir de su vocación lírica. Pocos como él ordenaron los versos con esa perfección formal que otorga la música interior cuando se elabora a partir de sonoras cadencias del alma y registros de la experiencia vivida.

Domingo Moreno Jimenes la sacó a la modernidad. Le incorporó la libertad que mucha falta le hacía y con ella a cuestas, propició el surgimiento de nuevos registros, donde el lenguaje revoloteaba como raro espécimen de certezas. La magia y el virtuosismo metafórico sintetizaron los más importantes aportes de Héctor Incháustegui Cabral, todo un cantor de la belleza espiritual.

Mucho antes que ellos, Fabio Fiallo recogió las esencias del modernismo y las paseó por América dentro de un verso sonoro, altivo y elegante.

Juan Sánchez Lamouth le incorporó el dolor y la nostalgia de una sociedad en cambio. René del Risco Bermúdez, en imágenes extensas y construcciones hermosas escribió sus cantos en un momento histórico que definió el coraje de los dominicanos. Su poesía, agresiva, límpida y cortante se recordará como las olas que rompen en el malecón.

Con un solo texto, Norberto James Rawling se convirtió en un poeta inmortal. Nadie todavía ha superado su himno al inmigrante, texto que ha devenido en un breve tratado de sicología social y una pieza de colección dentro de la poética nacional. Imposible olvidar la impronta coloquial de Enriquillo Sánchez, uno de los más lúcidos pensadores de su generación.

Tony Raful jamás ha abandonado la poesía social, ni ha desviado su voz por corrientes ajenas a sus intereses líricos. Cayo Claudio Espinal y José Enrique García saltaron por encima de los himnos sociales de la Generación de Posguerra para convertirse en los referentes inmediatos de la Generación de los Ochenta. Admiro la hermosísima impronta de Soledad Álvarez y la temprana madurez de Jeannette Miller.

José Mármol es la máxima figura de la “Poética del pensar” con una obra brillante que le ha dado la vuelta al mundo. Plinio Chaín tiene una obra breve pero que siempre tendrá que admirarse.

Homero Pumarol y Pastor de Moya traen la originalidad de sus voces y sus respectivas eficacias estéticas, ambos rebeldes, insurrectos, renovadores.

Dos sacerdotes, Fausto Leonardo Henríquez (Don Bosco) y Tulio Cordero (Paulista) han firmado páginas de hondo contenido humanista. Frank Báez, Rosa Silverio, Alejandro González, Jennifer Marline, Deidamia Galán, Alexéi Tellerías, Fernando Berroa, Maripily Menéndez y Ariadna Vásquez, son novedades destacables de la poesía dominicana más reciente.

Es imposible dejar de mencionar a Aída Cartagena Portalatín, una voz de absoluta madurez, inconfundible e irrepetible, al igual que Gastón F.

Deligne, José Joaquín Pérez y Salomé Ureña. Cómo olvidar la inmensa obra de Pedro Mir y Manuel del Cabral.

Aquí pongo puntos suspensivos. Sé que faltan algunos. O muchos. Lástima que mi lectura sea pervertida. O contaminada. Hasta el día de hoy, para mí, estos son los imprescindibles.

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