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El suicidio de Trujillo

De cuando en cuando un grupo humano –como una nación o un gremio– se ve obligado a reescribir un capítulo de su historia, debido al cúmulo de testimonios y fuentes primarias reveladas recientemente o durante un tiempo relativamente joven.

Ha llegado ya el momento para que la nación dominicana revise el capítulo más importante de su historia reciente, entiéndase, el magnicidio del 30 de mayo.

La versión oficial de dicho evento es algo como esto: La noche del martes 30 de mayo de 1961 un grupo de patriotas quisqueyanos y demócratas acérrimos arriesgaron sus vidas por el bien de la nación dominicana, enfrentándose al tirano más temido del continente americano, el Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo Molina.

Dicho de otro modo, esta versión asegura que el hombre más poderoso y temido de la historia dominicana fue asesinado con la facilidad con la que un niño de doce años hace un mandado al colmado; esto así por dos razones: primera, no tiene en cuenta el efectivo servicio de espionaje gubernamental activo desde el mismo inicio de la Era de Trujillo; y, segunda, porque no explica cómo un hombre tan odiado, que sabía que tenía muchos enemigos, andaba sin escolta esa noche.

Empecemos por la primera de las sospechas. La versión oficial no explica cómo el efectivo servicio de inteligencia (espionaje) gubernamental dejó pasar una conspiración para asesinar al gobernante de facto de la República Dominicana. No sólo no lo explica, sino que bien visto, ni siquiera lo toma en cuenta; parecería, por lo tanto, que no existía.

¿No se supone que durante el año 1961 el Estado Dominicano tenía un servicio de espionaje que amedrentaba a toda la población, y que el ronroneo de sus automóviles Volkswagen ´cepillos´, de color negro, le sacaba la orina a cualquier ciudadano? Dicho de otro modo: ¿Fue cierto que al Servicio de Inteligencia Militar (SIM) se le escapó la conspiración de Antonio de la Masa?

En su clásica obra Trujillo: La trágica aventura del poder personal, el biógrafo americano Robert Crassweller afirmó que: “Durante los cuatro años de su primer período gubernativo se produjeron por los menos diez confabulaciones para derrocar el Gobierno”; siguiendo con los detalles de las dos más prometedoras, en los años 1933 y 1934. Todas las conspiraciones fueron descubiertas y disueltas por el Estado.

José Almoina, quien fuera secretario personal de Trujillo, publicó en 1953 Una satrapía en el Caribe: Historia puntual de la mala vida del déspota Rafael Leonidas Trujillo, en la que afirmó que: “Trujillo, ya antes de tomar el poder, tenía un servicio de espionaje dentro del país; una vez en la presidencia lo perfeccionó. No sólo hay que tomar en cuenta en Santo Domingo a la Policía y al Ejército, sino también a los grupos seleccionados por el Partido Dominicano, por la Gestapo secreta y por el mismo dictador personalmente. Estos grupos, actúan de muy diferente manera y con resultados similares. La Gestapo interviene en los casos ya precisados de oposición al régimen; es decir cuando no ofrece duda de que se trata de adversarios; en cambio la Gestapo privada del Partido Dominicano y la que directamente Trujillo dirige, averigua conductas, aún entre los elementos, que aparentemente son fieles a la situación y leales al Jefe. La Policía y el Ejército colaboran con estas Gestapos, de una manera brutal y decidida; a estos elementos hay que añadir la agrupación de Veteranos, la Brigada ´Cuarenta y tres´ y el servicio de información de la Secretaría de la Presidencia”.

O sea, mucho antes del año 1961 Trujillo había construido una red de espionaje sumamente efectiva, que sería la madre del ya mencionado Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Y sin embargo, de acuerdo a la versión oficial, este espionaje o no existía o simplemente fue incapaz de descubrir el complot que tuvo éxito el 30 de mayo.

La segunda de las sospechas tampoco ha sido bien explicada, a pesar de que ha sido comentada por prominentes historiadores dominicanos. La versión oficial no explica por qué Trujillo andaba sin escolta esa noche, pero tampoco aclara si esa ausencia era casual, o si ya tenía un tiempo (largo o corto) o si fue así desde el inicio de la Era.

El tema de la seguridad de Rafael Leonidas fue tocado en el año 1977 por el otrora Capitán del Ejército y Jefe del SIM para la Región Norte del país, Víctor A. Peña Rivera, en la obra Trujillo: Historia oculta de un dictador, donde dio detalles sobre la seguridad de Trujillo al momento de realizar su paseo por el malecón: “Más de doscientos hombres se apostaban unas cuatro horas antes en jardines, aceras y cruces de la ruta. Cientos de agentes y oficiales vestidos de civil paseaban aparentemente distraídos, pero observando todo movimiento de personas o vehículos que se acercaban a la ruta marcada. Vehículos militares y de la policía, provistos de radiocomunicación, patrullaban el área. Cuando finalizaba el paseo, finalizaba aquella intensa maniobra de protección”. Y termina con unas palabras que no se pueden dejar pasar: “Era prácticamente imposible llegar hasta el Generalísimo”.

Esto nos lleva a hacernos una pregunta muy importante: si Trujillo era tan valiente para andar sin escolta –como aseguran algunos historiadores para explicar la ausencia de guardaespaldas el 30 de mayo– ¿por qué daba paseos por el malecón con cientos de agentes custodiándolo?

La oscuridad de la versión oficial empezó a esclarecerse en la mencionada obra de Peña Rivera, al afirmar en cuatro ocasiones el padecimiento de un cáncer de próstata de parte de Rafael Leonidas Trujillo.

A pesar de que la Academia no se ha manifestado oficialmente al respecto, y a pesar de que algunos académicos han desechado dicha posibilidad no existe todavía una tesis desarrollada para afirmar o negar dicha posibilidad.

El próximo jueves 16 de junio Orlando R. Martínez presentará en la sala Pedro Mir de la Librería Cuesta, a las siete de la noche, la obra El Suicidio de Trujillo, en la que asegura aclarar este misterio de medio siglo.

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