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“Arraiga” de Argénida Romero

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Gladys Rodríguez ValdésSanto Domingo

Leer detenidamente el libro “Arraiga”, contentivo del segundo poemario de Argénida Romero, que resultó Premio Jóven de Poesía Feria del Libro 2013 supone un encuentro con la confesión íntima de la poeta sobre cómo la cotidianidad en su vida personal logró trazarle a través del tiempo una fijación firme y duradera a sus costumbres, a sus orígenes y raíces; sustentado ello por los recuerdos y su valoración femenina de lo cercano.

Con versos espontáneos y naturales, sin escuela métrica y con marcada tendencia posmodernista, dada por el intimismo, lo cercano lejos de lo exótico, el rechazo al lenguaje retórico y rebuscado, y redescubriendo la vida y el hogar, la autora recrea cotidianidad como elemento fundamental de lo universal y del sentimiento. Su escritura es un puente entre lo que ella es y lo que ha buscado ser.

Pedro Antonio Valdés, en el interesante prólogo o presentación del libro, calificó la poesía de Argénida como fresca, fluida y cotidiana, aguda y en ocasiones irónica. No obstante, según Luis Beiro, ella sabe camuflar muy bien su nostalgia. Se ha dicho que la poeta hizo énfasis en lo que fue. Más bien conviene resaltar lo que marcó la trascendencia.

En mi criterio personal, estamos ante una poesía intimista que expone un vivir que crea raíces y que al igual que en el caso de las poetisas Dulce María Borrero (La Habana, 1883- 1945) y Gabriela Mistral (Chile 1889- Nueva York 1957), el tema de la mujer y sus sentimientos, la niñez, la maternidad y la muerte como destino, se concatenan en un paseo antológico por la vida. En poemas como “Ejercicio para no olvidar” y en “Conjugando la nostalgia” puede verse este aspecto que desemboca en un supuesto “Camino sin orientación”, cuyo libre albedrío es detenido por un “Epitafio” donde las palabras no son eternas, son vencidas por los nuevos vocablos y por las nuevas vivencias. ¿Se hablaba o se escribía hace algunos años como se habla o se escribe ahora?

Autotestimonialmente el poema que da nombre al libro transmite la existencia en Argénida de un sentimiento de profundo enraizamiento que es expulsado lírica y enfáticamente al exterior. Hay mucho testimonio de sobrevivencia después de todo lo experimentado por la autora a lo largo de “Treinta años y un día”. Ojalá que “La casa”, las “Palabras”, la “Mamá”, el “Hijo” y aquel “Viaje” conjugado con los “Treinta años y un día” sigan dando a la autora “La receta” que llama a la prudencia de seguir trabajando con tesón acompañada de la inspiración y de una musa lírica que la lleve al fondo de las cosas con plena conciencia de ello.

Resulta estimulante constatar la calidad que muestran nuestros jóvenes poetas en sus obras y lo interesante que será en un futuro catalogarlos con orgullo dentro de nuestras letras dominicanas, y mucho más poderlos colocar en sitios o listado de personalidades con aportes a las nuevas generaciones, a las nuevas tendencias y al mejoramiento sustancial de lo tradicional conocido.

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