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Di Pietro y su bestiario

Portada de la obra.

Portada de la obra.

En 2002, una de mis columnas “Desde la última butaca”, fue dedicada a comentar la película “Salvajes”, dirigida por el cineasta español Luis Molinero e interpretada por dos figuras emblemáticas del cine ibérico: Marisa Paredes e Imanol Arias.

Aquel escrito fue demoledor. Ahora, casi catorce años después de publicado comprendo que en el mismo se emplearon consideraciones muy personales que muchos cinéfilos de entonces tildaron de arriesgados, por tratarse de una cinta que concursaba en el desaparecido Festival de Cine de Santo Domingo. “Solo que quien escribe no es jurado, ni ejecutivo de ese evento”, les decía.

Días después, y en los pasillos del entonces Palacio del Cine de la avenida 27 de Febrero, se me acercó una dama y me saludó cordialmente con acento español. Era Lola Salvador, la productora de la referida cinta. Ella, con su mejor sonrisa, me tendió su mano y se presentó, además, como la cineasta responsable de haber traído “Salvajes” al Festival Internacional de cine de Santo Domingo.

Aquel encuentro no era fortuito. Estaba relacionado con la columna aparecida en Listín Diario.

Sin embargo, el asombro aplastó mi conciencia entumecida. Ella me interrumpió cuando escuchó algunas excusas por los daños colaterales que pudiera haber causado mi libre ejercicio del criterio contra su obra cinematográfica: “No lo vengo a censurar a usted, ni a reclamarle nada. Solo le quiero decir que estoy muy agradecida por haberse tomado el trabajo de ver mi película, escribir sobre ella, y publicar su opinión. Nadie más lo ha hecho en este país. Si usted no la hubiera analizado, me marcharía de la República Dominicana con la cabeza baja y mis maletas vacías. Es muy triste llegar a un sitio con una obra de arte y, después de exhibida, tener que pasar sin penas ni glorias; por eso, su recorte de prensa va en mi equipaje como un trofeo. Y algunas de sus observaciones serán tomadas en cuenta en el futuro”, fueron sus palabras.

Si comparto con el lector esta anécdota, es porque no he hallado una forma más ortodoxa de escritura en honor al “Bestiario dominicano”, de Giovanni Di Pietro, libro del cual he sido cómplice e instigador. La mayoría de las obras criticadas por su autor en esta colección fueron remitidas directamente desde Santo Domingo por mis gestiones individuales.

Muchas veces, compartí el sentimiento de tristeza de Di Pietro, no por las ofensas, las desconsideraciones y los epítetos que se pronunciaban en su contra, sino porque, en obras posteriores, los autores aludidos repetían los mismos esquemas narrativos fallidos, incluso en proporción peor. “¿Serán escritores de verdad, Luis?”, me preguntaba el amigo Di Pietro, quien no llegaba a entender cómo el ego podía cegar a una persona que se dice creador de forma tal que le impedía mirar en el espejo su verdadero rostro. “Es el mismo miedo que describió Oscar Wilde, el pasado siglo, con su personaje de Dorian Grey, cuando se vio frente a su retrato”, decía para mí.

No he conocido a un escritor que ame más y desee lo mejor para la novelística dominicana que Giovanni Di Pietro. La conoce de arriba abajo. Ha dedicado más de treinta años de su vida a leerla, disfrutarla, interpretarla, acotarla y criticarla.

El lector encontrará en las páginas siguientes muchas críticas a novelas firmadas por figuras señeras de la literatura dominicana con lagunas y deficiencias obvias, defectos no motivados solamente por el bajo nivel del discurso narrativo, sino por la prisa de publicar. Generalmente, cuando un autor termina una novela, no toma el riesgo de releerla y reescribirla. Y aún, después de reescrita, no se vuelve a releer para darle el toque final. Y si esto fuera poco, tampoco se practica el paso siguiente: el deber de encomendar el manuscrito al ojo de otro escritor para escuchar sus comentarios y sugerencias. Todo esto, unido a la ausencia en el país de editores y correctores de estilo con una adecuada formación profesional hace, lamentablemente, que la obra literaria llegue a manos del gran público de la misma forma en que salió de la cabeza de su autor. Di Pietro, al leer tales propuestas, no tiene otro remedio que sacar a la luz esos errores, señalamientos que, en la mayoría de los casos, siempre le granjean el odio de los autores aludidos.

Pienso que su imagen como crítico literario fuera muy distinta a la que hoy ensombrece su persona, si nuestros novelistas fueran un poco más cuidadosos y le dieran más importancia a lo que escriben. Solo entonces, el crítico se perdería en elogios y resaltaría los indudables hallazgos que, en las circunstancias actuales, se ocultan detrás de las deficiencias.

En el orden personal, no comparto todos los criterios del autor sobre algunos textos reseñados por él e incluidos en esta obra. Pero ello no me inhibe de recomendarla.

No soy nadie para convocar exordios ni para aconsejar oídos sordos, muchos de ellos cegados por el odio y el resentimiento. Pero quiero, humildemente, convocar a los escritores, tanto los criticados aquí, como a otros que han sido tocados por la dura vara de Di Pietro a lo largo de su carrera profesional. Y la convocatoria llama a la reflexión. Todo escritor, sea de donde sea, debe estar preparado para recibir críticas por el producto de su trabajo. Nadie es una moneda de oro en el parnaso de los dioses. Ni tampoco escribe para que el vulgo lo aplauda con delirio. Esos aplausos efímeros solo van para obras efímeras. Lo perdurable tiene que soportar, junto a las inclemencias del tiempo, del bisturí de la crítica.

Giovanni Di Pietro no es un “monstruo”, ni una “culebra”, ni mucho menos “un ignorante”. No tengo que decir lo que es. Su trabajo habla por sí mismo y su legado quedará impreso en la historia de la literatura dominicana.

Aplausos, muchos aplausos al Bestiario, a Di Pietro y a su método crítico. Muchos como él hacen falta en el país para que nuestras grandes obras no continúen mezcladas con la hojarasca y puedan insertarse en el panorama mundial, “sin penas ni olvidos”.

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