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“Mujeres que se portan mal” de Arlene Carballo

Estamos ante un libro que nos asombra, no solo por la calidad que reflejan sus textos, sino por la variedad de los temas, la carga de contenido social y por la forma magnífica con que son tratados.

Más que un libro de cuentos, “Mujeres que se portan mal” es el grito desesperado de miles de mujeres a través de la historia. En sus diecisiete relatos, Arlene refleja una sensibilidad y una identificación con el sufrimiento femenino que traspasan el tiempo y la cultura. De una forma magistral nos arrastra a un pasado de esclavitud y sin previo aviso nos traslada a la crueldad que vive la mujer afgana.

Carballo demuestra con sus historias que es una observadora acuciosa de la realidad de su entorno; su literatura expresa por igual que no es indiferente ante la suerte de sus semejantes, porque esta autora capta los acontecimientos que le ha tocado vivir para plasmarlos en el papel y convertirlos en ficciones para el deleite de todos.

Presentar la realidad como ficción, hacer de ella una obra de arte, es la tarea fundamental del artista literario. Los seres marginales que abundan en calles, mercados, barras, aldeas, así como los oprimidos que luchan por la subsistencia, no tiene mayor oportunidad de perpetuarse en el tiempo que de manos de un cuentista, novelista o dramaturgo.

Arlene no ha tenido que inventar mundos ni galaxias extravagantes para obtener los personajes de sus cuentos, éstos existían antes de que la autora naciera, son sacados de la vida misma. Ella ha tomado a mujeres normales y corrientes y les ha dado su rol de mártires y heroínas. Por eso no es de extrañar si en uno de los cuentos nos encontramos a nuestra bisabuela esclava, a la vecina, la amiga, a nuestras hijas o a nosotras mismas.

¿Cuántas de nosotras no hemos sido Mema?, madre consentidora, capaz de dar todo por los hijos, aun cuando no lo merezcan, pero también estamos dispuestas a subirnos a la guagua para que nos revelen las instrucciones de cómo darles un buen pescozón que los enderecen.

En el cuento “Solo huesos” nos sentimos impotentes ante la fuerza con que nos golpea la piedra morada” y nos deja un sabor amargo ante lo que parece ser la historia de opresión y abuso que nunca ha de acabar. Pero luego Arlene nos dignifica y seguimos erguidas, demandantes, denunciantes, acusadoras a pesar de que nos cercenaron “el dedo poderoso”.

Definimos el micro-relato como un ejercicio de precisión en el contar y en el uso del lenguaje. En el que es muy importante seleccionar drásticamente lo que se cuenta (y también lo que no se cuenta), y además debemos encontrar las palabras justas que lo cuenten mejor. Lo bueno y breve es dos veces, se ha dicho con sobrada razón y sabiduría. Y esta escritora, en solo unas cuantas líneas es capaz de narrar historias completas y dejar al lector aturdido ante un final sorpresivo e inesperado. Un ejemplo palpable es el cuento “La herencia”, ganador de la mención de honor antes mencionada y que me permito compartir:

“Luego de permanecer ocho días sepultada, un equipo de expertos rescató a la anciana del edificio derrumbado a causa del terremoto en Haití. Un grupo voluntario de médicos especialistas que socorrían a las victimas operó su cadera fracturada y le insertaron ocho tornillos de titanio. La paciente convaleció en la unidad quirúrgica del submarino estadounidense SS Madison por tres semanas. Ya restablecida, pudo volver a las calles de Puerto Príncipe a mendigar.

A los tres meses, murió de hambre. Sus nietas vendieron los tornillos de titanio para comprar pan”.

En este trabajo Arlene nos cuenta del terremoto en Haití, de los edificios derrumbados, de la anciana atrapada, del rescate, de los socorristas voluntarios, nos habla de la cirugía, la convalecencia, del hospital submarino de los Estados Unidos, del restablecimiento, del regreso a las calles, la pobreza familiar, del hambre, la muerte y finalmente nos narra sobre el titulo del cuento “La herencia” y todo esto en solo siete líneas, demostrando con esto su maestría en el género.

Según Julio Ramón Ribeyro –maestro peruano de la narrativa- la historia contada por el cuento debe entretener, conmover, intrigar o sorprender, pero los cuentos de Arlene además de lograr todo esto nos ponen a pensar y sin ser fábulas nos dejan una enseñanza. Reflejan una rebeldía ante la injusticia social tradicional y los dogmas culturales, pero sobre todo manifiestan un compromiso con la sociedad y nos invitan a no ser conformista.

Estos cuentos nos incitan a luchar por nuestros derechos, a arrebatarlos si es preciso. Sus relatos gritan por un cambio, como el grito del hijo de la madre adolescente, en el cuento “Mujer que se repite”, grito que termina instalado en nuestros tuétanos y frustrados ante la negligencia nos provoca cargarlo y salir corriendo para el médico.

En “Las huellas de la vida y El dulce olor de las almendras” Arlene rompe el esquema tradicional del cuento y de forma majestuosa narra una vida de violencia y otra de engaños y venganza a través de simples email y esquelas mortuorias. Todos sentimos el olor a almendras en el aliento de Vindicta Vendaval a su llegada a la funeraria y todas de alguna forma nos sentimos dignificadas y como cómplices del crimen, quisimos llevarle una taza de café para ocultarlo. Confirmando con esto que todas hemos sido, somos o seremos “mujeres que se portan mal”.

Juan Bosch, maestro del cuento -dominicano, por supuesto- ha dicho que es más difícil lograr un buen libro de cuentos que una novela. Si tomamos en cuenta esa aseveración de nuestro principal cuentista, hemos de concluir en que Arlene Carballo ha hecho un valioso esfuerzo intelectual y un buen ejercicio de imaginación para producir el volumen “Mujeres que se portan mal”, definitivamente un buen libro de cuentos.

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