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La alquimia del verbo y sus máquinas deseantes en la poesía de César Sánchez Lucero

Una piedra filosa en los pies del caminante es el deseo, impulso que nos lleva a lugares impensados, eleva lo que somos a la idea, espacio donde el mundo es un hueco oscuro de donde emanan las formas y su objetividad desde las aristas mudas de las palabras, y digo esto porque el ser es un deseo palpitante del infinito, creación imparable del fuego, que se forja en esa alquimia que las palabras saben cifrar en sus números sonoros.

En el poemario Las maquinas deseantes del poeta peruano Cesar Sánchez Lucero, algo intranquiliza las palabras, las alborota, las vuelve una masa de múltiples formas, capaces de convertirse en su estructura sintagmática, en cuerpo del deseo del que escribe y del que lee, y en esa alquimia que logra convertir la sustancia textual en un mecanismo impulsor de un nuevo pensamiento o idea, se rompe la vasija de lo concreto, en el vuelo abstracto de las metáforas encontramos los dilemas, la mezcla de géneros, esa heterogeneidad que dirige la nueva razón literaria, el borde desaparece y los poemas nos relatan historias nuevas, historias ontológicas desde el cálido vínculo del objeto con su significante, el momento en que una partícula de significación se transforma desde quien la observa en un panorama distinto, pudiendo ser un sentimiento que introduce su vinagre ácido al corazón, o la sensación de cosquillas en el estómago que podría acuchillarnos y sacar sin tiempo todos los objetos que componen el sólido universo en el que cohabitamos, extrayéndolos mágicamente desde el sombrero de un mago.

Cesar Sánchez Lucero, conoce el metal de sus palabras, las usa a su antojo, guiado como bien dice él por el espíritu, es así como obtiene poemas que pulverizan el aire entre las palabras, el espacio, las distancias, la absurda cofradía gramatical entre ellas, muestra segura es el poema ¿N´EST-CE PAS?, donde encontramos los siguientes versos:

Dos cuerpos en el mismo punto

del cosmos son manzanas y serpientes.

Tus labios como esponjas

palmas

astillas

pan

clavan o clavan (procura lo idéntico)

en el barro del horror inextenso de la conciencia.

Y continúa diciendo:

Escribamos metaloides y quemémonos

que arda en la fragua de las palabras nuestra pasión.

Tarareemos Chagall y veamos el mismo Chopin

y dejemos que las palabras tomen el estado que digan sus letras;

que sean sólidas cuando digamos piedra y pesen,

que sean líquidas cuando se escriba en el pensamiento agua y se mojen,

que sean gaseosas cuando digamos: “…cuando se evapore la humedad”,

que sean flama cuando nos digamos que nos amamos.

El arte va más allá de la simple expresión de la subjetividad, el arte, sobre todo ese arte que se desprende de los signos del lenguaje, nos suspende en el instante previo a la solidez del todo, Sánchez Lucero juega con ese estado previo, habla de él, lo nombra, y en ello desarma y arma sus versos.

El amor es un tema que impregna el deseo de posesión de la palabra de este poeta, es una latente presencia, ese alguien que está en medio de lo que se dice, de lo que se rasga con la tinta del ordenador en el papel, papel intacto en la pantalla, descubrimos que el amor es otra cosa, y nos muestra la palabra “entre” formando un estado distinto de su propio significado, anulándose, invitando a la extinción de la separación de los cuerpos que forman el tú y el yo. Y así lo atestiguan estas estrofas del poema ¿Cómo habitar el espacio del “entre”?

La palabra no ha cruzado los arbustos,

se ha quedado muda, innumerable.

El deseo no persiste, se alcanza

así mismo es el goce del tiempo.

Y continúa diciendo

Momentáneamente, las letras se han alineado

para obviar el resto del universo dormido.

El presente se ha dividido en partículas subatómicas

para recibir otro instante y transgredir la metafísica.

Un alma desconoce que el lugar de

su pensamiento está a pocas sinfonías.

Existe una correspondencia cuántica entre el ser y su lenguaje, el poeta Cesar Sánchez Lucero en su poemario Las maquinas deseantes, aborda ese presencia intacta del ser cuando dialoga con lo real, o con lo que establece como real desde su deseo, potenciando las fuerzas ocultas del cosmos, y tejiendo con ellas en su maquinaria perpetua la historia, el ser puede terminar siendo desde el verbo y su predecesor, eso que no es, eso que cae cuando todos los puntos finales y los diálogos internos en su intento de entender el mundo hayan cesado. En su poema Devenir el poeta nos lo deja sobre entendido cuando dice:

Pero continúo,

y eso está tácito en el decir.

y me vuelvo un sistema lingüístico,

parte de una cadena de significación,

un hecho histórico.

Y cuando el punto final caiga dejare de ser.

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