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“Pétalos de agua” de Rafael P. Rodríguez

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Juan Martínez LuqueSanto Domingo

El poeta Rafael P. Rodríguez, se atreve a dibujar la poesía con una extraña destreza, donde ningún poema busca nada, sino simplemente se deja llevar por un pensamiento que está ahí, cargado de ideología, con su magia y un poder infinito para que cada lector pueda apreciar según su sentimiento el estricto valor de sus inspiraciones.

Pero algo nos imbuye, aviva nuestra conciencia, conquista nuestros sentidos, cuando leemos, atenuados por el designio y entramos en el mundo de este poeta, corto en métrica, que con pocas frases es capaz de definir enormes inquietudes. Así, en su poemario, vamos descubriendo facetas nuevas de su extraña forma de colorear las existencias y sus flujos. Porque: ¿Acaso el campanario de la locura en su Sonajero Informe, no revela una inocencia que juega con el vacio del tiempo y goza con exquisitez de la fruición del delirio?. Es increíble como un juego de frases tienen tanto significado y agarran con tanta fuerza en su expresión artística donde el delirio y la locura son una consecuencia del tiempo que no supimos utilizar.

Hay que adentrarse aún más en su poemario para llegar a otras trovas que también nos confirman esa inquietud de un poeta perdido, olvidadizo en sus prosas, con aire de carrusel disoluto, pero que Rafael define como amargo porque en los recuerdos que le rodean están inmersos el sagrado olor del incienso. Esa magia espiritual, enciende nuestras inquietudes y perfumea las impaciencias de una vida complicada con la cortedad de años que nos empujan al olvido. Y después, se somete al concepto de un “yo”, bajo la influencia de esa percepción de su propio sentimiento que le alía a la melancolía para regir el principio de la realidad ausente, en una página muda, donde incluso el violín duerme tranquilo para no someterse a la egocentrista conciencia dominada por su misma sombra. ¡Elegante forme de recordar a Freud y traernos a la memoria las inquietudes constantes de un mundo atroz que poco a poco roe nuestro estoicismo!

Por eso, después de una lectura breve y acogedora, nos preguntamos; “Acaso debemos dejar de pronunciar la palabra libertad para sentir los latidos de la ausencia” (del propio autor). Así pues, cuando, Ramón Antonio Jiménez alega que nuestro pensador poeta depura con brevedad una conciencia cargada de rigor, simplemente analiza los versos breves del autor con el máximo sentido contenido en cada uno, lleno de fuerza y anunciando una forma inteligente de conciencia que el lector, después de una primera lectura, necesita reflexionar antes de convencerse a sí mismo que “el sonido del bosque”, “el otoño inmóvil “ o “el canto del ruiseñor”, también son poesía y esta vez la desnuda caligrafía de los Dioses, se convierte en el atuendo intelectual de los lectores, amantes de la poesia.

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