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Habemus Papa… latinoamericano

Hablando de la paz, Francisco afirma que “ya estamos en la tercera guerra mundial, solo que está ocurriendo por etapas”.

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Manlio ArguetaSan Salvador, El Salvador

El acontecimiento de la segunda década del siglo de la información y el conocimiento es que tenemos un papa latinoamericano, un ciudadano planetario y aunque como él mismo dice: “soy del continente de América”. Alude a su procedencia emigrante, como muchos pobladores de América. Claro, un porcentaje grande somos hijos directos del continente, por bisabuelos y tatarabuelos nacidos en esta región geográfica rica en cultura y que junto a los que poblaron desde Europa nos esmeramos por salvar nuestras tradiciones ancestrales y trabajar por un desarrollo sostenible. Los europeos huyeron de persecuciones religiosas para buscar un destino de sobrevivencia. Otros llegaron al continente encadenados como esclavos desde África.

Actualmente, con los alcances tecnológicos de la información, conocemos las condiciones paupérrimas de quienes arribaron al continente americano, huyendo de la intolerancia y guerras europeas, navegando en barcos de vela de apenas treinta y dos metros de largo y ocho de ancho; sin embargo, contribuyeron a construir los nuevos países americanos: italianos, griegos irlandeses, de distintas condiciones económicas, inclusive trabajadores de servicio, como sirvientes de quienes se habían adelantado, pues hubo varias etapas de emigración. Los africanos llegaron como esclavos producto de grandes cacerías; y los asiáticos, en especial chinos, emigraron en categoría de semi esclavitud. Estas notas salen de ideas que Jorge Mario Bergoglio dio a conocer en su segunda visita al continente americano, bajo grandes audiencias de repercusión mediática mundial, reunido con mandatarios, religiosos, políticos, niños, niñas y jóvenes de todas las culturas y religiones. Entre tantas ideas expuestas por el papa, de contenidos constructivos como medio ambiente, pobreza, emigración, paz, amor y solidaridad, apenas me queda espacio para comentar las palabras que me impactaron en un primer momento, aunque no todas sean nuevas, pero el papa las dice de modo que uno se siente contagiado como si las escuchara por primera vez, quizás porque las reiteraciones hechas por los medios internacionales se convierten en un llamado a reflexionar; su voz disuasiva invita a deponer verdades absolutistas que claman por mantener la desigualdad y la intolerancia. Comento esas ideas: Hablando de la paz, Francisco afirma que “ya estamos en la tercera guerra mundial, solo que está ocurriendo por etapas”. Cuando lo escuché sentí un estremecimiento, ignoro si por la falta de conciencia presente de esa realidad, porque me hace pensar en un holocausto indescriptible y final de la humanidad o porque se piensa en hijos, nietos, madres, padres y abuelos. Y luego, entre una ligera lluvia propia del trópico hermoso que compartimos, Francisco señaló: “Hoy día vemos que el mundo se está destruyendo por la guerra, porque hay incapacidad de sentarse y hablar”. Esto hace pensar de nuevo en la fuerza de la palabra bella capaz de vencer las armas destructivas y de oponerse al impulso irresponsable de quienes las manejan, producto de tecnologías que nos puede dejar en cenizas, aun a las cucarachas y a los ratones. No crean a quienes para consolarse afirman que solo sobrevivirán estas alimañas. Esta realidad, el caos del planeta, no debe dejarnos indiferentes; solo pensemos que la Segunda Guerra Mundial sería una guerrita, pese a los 60 millones de muertos. Las armas nucleares no perdonan ideologías, ni condición económica. Solo dejan sombras de las víctimas incrustadas en las pocas paredes que quedan en pie. Francisco también se refiere a los niños como las personas más importantes de todos los tiempos. Y sobre los jóvenes afirma que son la esperanza de los pueblos, sin embargo, “hay países en Europa que tienen más del 40 % de su juventud desocupada”. Esto debe hacernos preguntar: ¿Qué porcentaje tendremos en los países en vías de desarrollo? Un país que no inventa, un pueblo “que no crea posibilidades laborales para sus jóvenes solo está orientándolos a la adicción, al suicidio o irse por ahí buscando ejércitos de destrucción”, dijo. Sin embargo, fuera de mínima excepción, la creatividad y la lectura que produce pensamiento crítico y desarrollo de invenciones, apenas asoma su nariz en la currículo educativa. Posteriormente, comenta el papa las realidades del momento relativas a la emigración. “Muchos de nosotros alguna vez fuimos extranjeros”. Y nos hemos olvidado que una sociedad que se ufane de políticas exitosas, solo será cuando satisfaga las necesidades comunes de sus miembros pobres y vulnerables que ahora se vuelve responsabilidad mundial. También exhorta a los países poderosos a ser los grandes promotores de la paz. Porque los que no deciden las guerras son quienes sufren condiciones graves. Así se explica que en estos momentos resultan más refugiados que en la Segunda Guerra Mundial, “bajo el silencio culpable de quienes las financian”. Mis anteriores consideraciones me remiten a pensar en el llamado del papa a grupos religiosos de diferentes diócesis que han recibido a los emigrantes de América Latina: “Siento la necesidad de darles las gracias y de animarles… y en todo caso sepan que tienen recursos que compartir. Acójanlos sin miedo”. Y clama por hacernos descifrar “el misterio de los corazones”. Reconoce que “ninguna institución estadounidense hace más por los emigrantes que sus comunidades cristianas”. Sí, no cabe duda que existe el miedo, una posición consecuente de ese tipo atrae prejuicios e animadversiones de sectores de gran poder político y económico cuya intolerancia repercute en toda la sociedad. En una de sus despedidas ante una multitud de jóvenes les pidió que rezaran por él y “quienes no sean creyentes, al menos deséenme cosas buenas”, frase que arrancó aplausos grandes aplausos de solidaridad. Finalmente, los salvadoreños debemos reflexionar sobre la urgente necesidad de mejorar cuando un niño salvadoreño, (de San Pablo Tacachico), fue recibido por el papa, apenas un año de llegar a Estados Unidos, y le expuso a Francisco los motivos de su emigración: reunirse con su madre y porque temía la violencia del barrio. Y agregó: “Aquí me gustaría ser aviador o ingeniero”. A sus 15 años, y entre nosotros, no podía caber esas aspiraciones de convertirse en profesional, porque en su barrio vivía una pesadilla que no le permitía pensar en la vida.

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