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VIVENCIAS ¿QUÉ LEER?

Madame Bovary

El personaje de Emma Bovary ha sido uno de los tantos mitos encumbrados de mujer impúdica que conoce la literatura.

Junto a la Nora de Ibsen, la Blanche de Tennesse Williams o a la Anónima protagonista de Las joyas de Maupassant, se recrea una historia basada en un personaje femenino que, lejos del virtuosismo, se le exalta su apego a la voluntad propia.

Madame Bovary, novela que escandalizara la sociedad francesa de mediados del siglo XIX, nos cuenta la historia de Emma y Charles Bovary, dos sujetos que de no ser por los trastornos del destino, un golpe de suerte, o una gran imaginación, nunca se hubieran encontrado. Emma, una mujer que además de juventud y hermosura, poseía una vibrante intensidad que la empujaba a buscar en la realidad una pasión tan ardiente como las que leía en sus novelas de amor, se casa con Charles, un médico mediocre de mediano éxito rural, racional, rutinario y cuyo único fervor en la vida era amar a su esposa con un desvelo excesivo. Entre ellos se pasean la señora Bovary madre, que esconde su sobreprotección materna en una crítica constante a su nuera.

Rodolfo, primer amante de Emma, del que ella se enamora profundamente, Binet, prestamista corrupto y chantajista, detona, con sus exigencias económicas, el círculo de tensión que desata en Emma la decisión de ingerir arsénico pulverizado y terminar con su vida.

Si hubiera que determinar un núcleo en torno al que se imanta toda la acción de la novela, deberíamos acudir al aparente cliché: “la búsqueda insaciable de la felicidad”, porque en el fondo, todas las decisiones que toma la protagonista de esta historia están sustentadas en el profundo tedio que le provocaba la seguridad de su vida conyugal, la extrema certeza de fidelidad que le brindaba su marido y la lealtad casi devota de su criada. Ella necesitaba, además de emoción y adrenalina, libertad para dejar salir al mundo su autenticidad, para vivir sin las ataduras de los prefabricados roles tradicionales, para ser Emma, sin apellidos y sin esas añoranzas de ser otra cosa que no fuera mujer.

Era una mujer de otro tiempo, de una era donde más que hombre, más que mujer, seamos más seres humanos.

Tal vez por eso, la anchura de la muerte fue lo único que pudo arropar su alma y llevar su espíritu a un lugar donde el tiempo solo exista como recuerdo y el futuro sea un inmenso lecho de eternidad.

Flaubert, fallecido en 1880 no mató a Emma, se suicidó a través de ella, ojalá en el cielo ambos puedan vivir sin la culpa de cargar un corazón lleno de entusiasmo.

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