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Sordo amor o la contemplación jubilosa de Alinaluz Santiago

Estoy ante un pequeño libro de diáfana fluidez en busca de la contemplación. No es profuso, como en un primer momento pensé, sino que da un rodeo entorno al corazón exaltado por los sueños.

¿Qué contempla? El mundo material, no. Contempla desde el sueño. Es decir, desde lo anhelado. El sueño, en este caso, es el portal deseado, no el onírico sino el imaginado, que no trasciende el tiempo. ¿Qué busca? El amor. Este amor no está sujeto a las contradicciones humanas, más bien a un amor ideal. Por tanto, la poetiza acude al recuerdo como al porvenir para elaborar los poemas que tienen asiento en el corazón (órgano de la emoción).

Ciertamente, el corazón está íntimamente enlazado con el alma. Al alma llegan las emociones que, a su vez, determinan ciertas actitudes en nuestra vida.

La fe permite que nuestros deseos sean, pues, como dice el epígrafe de San Clemente de Alejandría__ citado por la poetiza__ hace posible la escucha del alma. Porque aquello que deseamos aún no está manifiesto. Su posibilidad se consolida con la fe. La fe será el confiar (creer) y significa la actitud del hombre frente a Dios. Esta actitud implica el asentamiento de la inteligencia, la confianza del corazón y la obediencia de la voluntad. Es asumir una realidad invisible que actúa sobre la visible, pero este creer puede asumirse como ley de atracción universal que, por la mente y la perseverancia, se manifiesta. Ambas, la personal e impersonal se entrelazan en su búsqueda contemplativa. Fascinada por lo que cree, canta. Ante la incertidumbre predomina el gozo optimista y tierno. Esta contemplación se deleita imaginando. Incluso, uno tiene la sensación que la poetiza ya tiene consigo lo deseado.

Su poemario es un oasis en el desierto. El libro está dividido en dos bloques: La fe y El alma. Ya hemos hablado de la fe, ahora nos gustaría hablar del alma. El hombre está constituido por tres aspectos: el cuerpo, el alma y el espíritu. De los tres, el cuerpo es el único finito. Pero a su vez funciona como morada del alma y el espíritu. Los dos son invisibles, aunque pueden atisbarse, por cierto don, en el cuerpo. Nuestros apetitos están asociados al cuerpo y, sin embargo, pueden abatir la espiritualidad. En el alma es donde las emociones funcionan. Nuestros pensamientos generan emociones que activan la voluntad, de ahí la razón de la fe. Si creemos, obtendremos. Es real en el mundo secular y religioso.

Si tomamos en cuenta lo dicho, la estrategia de estos poemas es estar ante un bastidor donde los verbos escasean y abundan los sintagmas preposicionales haciendo la función de adjetivos calificativos. Pintan la inmovilidad contemplada: el deseo. Otro aspecto, las alusiones referenciales a diversas circunstancias de la vida de Jesús. Evoca al personaje para manifestar su estado interior deseado. Por ejemplo, en el poema titulado Caná, en Platero y él. Jesús no es visto como el salvador, sino como el taumaturgo. Se resaltan los milagros no en virtud del hijo del hombre. La fe permite la epifanía. En el poema la Vara se aluden a tres momentos bíblicos: cuando Moisés toca la roca (milagro), cuando se anuncia el nacimiento de Jesús en Belén y cuando se hace referencia a la crucifixión, “como vara por medida para el valor de la vida.”

Este es poemario que no logra la búsqueda del misterio. Aspira a la contemplación del sueño que por la fe se hace manifiesto. Contemplar lo que ha sido y lo que no se detiene para afianzar la vida en un amor ideal, un amor satisfecho y complacido. Es decir, ajeno al dolor existencial del caído.

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