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NEGRITA COME COCO

La historia de Lassie

Desde que nació Lassie (conocida como perra del diablo por los habitantes de los alrededores del barrio Las Cañitas) la vida le había reservado el cruel destino de ser una viralata. El hambre que pasó nuestra querida protagonista hizo que su pelaje brillante y su cuerpecito regordete terminaran en un saco de huesos.

Nuestra Lassie (aunque insistan en llamarla perra huevera) supo desde cachorra que ningún día de su existencia sería fácil. Tener que poner los ojos grandes y llorosos por un miserable hueso o esperar a que el pollero dejara caer algún caco de pollo, la convirtió en una de las perras más valientes y astutas del barrio. Lassie no temía robarse un plato de comida mal puesto; no dudaba en arrancar a cualquier ama de casa desprevenida la funda del mercado; no lo pensaba dos veces para brincar al mostrador del colmadero y llevarse algún salami. Todo eso lo hacía sin dudar, sin temor, con su corazón de can lleno de angustia por sus cachorros, por sus otros compañeros perros, aquellos que estaban tan enfermos que no se podían mover. A los que les faltaba una que otra pata; a los que la sarna se los estaba comiendo vivos; a los que le faltaba un ojo; a los que cojeaban como resultado del choque de algún carro imprudente o a los que simplemente el hambre no les permitía levantarse del piso.

Nuestra Lassie era una heroína, la Robin Hood de la raza canina. La que robaba a los ricos para darles a los otros “perros del diablo” de su vecindario. Aquellos que habían crecido con ella y que habían pasado las mismas penurias.

Pero a pesar de que Lassie era un ángel, no era perfecta. Ella también tenía hambre, sus 15 perritos la consumían. La tenían en el hueso y sus costillas se asomaban bajo su piel. Pero, según pensó nuestra protagonista, el Todopoderoso no abandona a sus hijos. Por eso cuando vio un pollo entero en el mostrador del colmadero lo robó y comió como nunca lo había hecho. Sentía el sabor de la carne bajando por su garganta, como crujía la piel horneada en sus colmillos. Eso era vida, era lo que se merecía. Lástima que todo el pollo estuviera lleno de tres pasitos. Lástima que nuestra Lassie dejara desamparados y llenos de sarna a sus 15 perritos. Lástima que no hubiera un paraíso de perros en el más allá.

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