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SENDEROS

Tener al amor como aliado

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Lesbia Gómez SueroSanto Domingo

Sabemos de la frase “amor es... nunca tener que decir ¡perdón!”. Y me parece escuchar al maestro Jesús decir: “El amor todo lo perdona. Todo lo puede. No juzga. No es exigente. No es jactancioso.

No pide nada a cambio”, y explicaría además, “que se podría tener el don de la profecía y otros dones.. pero si no existe amor de nada valdría...” (Corintios: la preeminencia del amor). La afectación para decir perdón se origina en las relaciones humanas cuando se interactúa, ya sea con familias o cuando socializamos con el exterior. La intimidad lleva frecuentemente a tener conflictos intrafamiliares. Muy puntual se hace cuando se interpretan de forma equivocada las palabras o acciones que no han sido dirigidas con mala intención, con lo cual se crea un sentimiento de ofensa. Sin embargo, esto se presenta regularmente, cuando existe un deterioro del ánimo en algunas de las partes. De aquí deriva la expresión: “La armonía existe en todos, cuando se logra conciliar las diferencias, cuando se tiene como aliado el amor”.

La comunicación es el vehículo más idóneo para conciliar las diferencias que obligan a tener que pedir perdón, cuando lo importante, y de más atención, es no festinar esta palabra. Las partes han de ser conscientes de que se debe tener un propósito de enmendarse, y de eludir las ocasiones o situaciones que impulsen a ofender y, como consecuencia de esto, tener que repetir: “Perdóname”. Oportuno es señalar aquí, que la recurrencia en una falta u ofensa deja huellas o estigmas que se graban en el alma y lesionan los sentimientos con resentimientos.

Cuando existe en el hombre una actitud de conocerse, y de reconciliarse interiormente con sus disfunciones anímicas, y con ello transformarse, tiene como premisa que Dios es amor y nos creó con su mismo amor. Que solo se place de amarnos. Que, además, todas las cosas nos son dadas por amor. Entonces cabe preguntar: si hemos sido creados en amor, ¿por qué no empezar a amar todo lo creado por Él? Con esto se entiende que el hombre ha perdido el tiempo para decir: “¡Te amo!”.

La forma rápida en que se desenvuelve, ha fortalecido la rutina, y no le permite sentir y observar lo cálido de los rayos del sol en un amanecer radiante, como tampoco deletrear la mística nostalgia de un atardecer que adorna con anaranjado color la cama donde se oculta este astro, creando el más tierno encanto al espíritu con un enamorado amor.

El amor es la plenitud del ser. Es contagioso, alegre y cómplice con la belleza del espíritu. El amor tiene el prodigio de emanar desde el interior del ser, en torbellinos iridiscentes de luces, creando un aura envolvente con la cualidad esencial de un prisma que refracta el amor divino en sí mismo. Y este amor divino no tiene segundo, es ¡único!, prístino y originado en Dios, siendo por tanto la más grande “aventura de amor” que se compendia con la excelsitud de amar sin egoísmo. “Amando a todos... sirviendo a todos”.

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