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DOS MINUTOS

No deje que le metan miedo

En nuestra ignorancia, presentemos la imagen de un Dios que amenaza y castiga, en vez del Padre tierno y compasivo que nos reveló Jesucristo.

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Luis García DubusSanto Domingo

“Tenga señor”, me dijo un hombre de mediana edad con quien me crucé, y añadió: “Sólo hay un salvador”. “Gracias,” le alcancé a decir mientras tornaba el papelito que me pasó.

Lo primero que vi en el dichoso papelito fue el retrato de un carro fúnebre con una corona de flores encima. Como pie de foto dice “No esperes que la funeraria te lleve a la iglesia”

Esto me recordó mi niñez. En aquella época le metían a uno miedo con Dios. “Dios te va a castigar”, decían. “Dios te está mirando, pórtate bien”. Todas estas expresiones crearon en mi mente infantil una imagen de Dios que me ha hecho mucho daño. No sé a usted, pero a mí el miedo a Dios no me motiva a acercarme a Él, más bien quisiera ponerme lo más lejos posible.

En nuestra ignorancia, presentemos la imagen de un Dios que amenaza y castiga, en vez del Padre tierno y compasivo que nos reveló Jesucristo.

El evangelio de hoy se presta a ser interpretado desde dos posiciones: La del miedo y la del amor.

El Señor revela el proceso del fin del mundo y le preguntan:

“Maestro, y ¿cuándo va a ocurrir eso? Y, ¿cuál será la señal de que está para suceder?” (Lucas 21,7).

Tenía miedo ante la vida, y falta de confianza en el destino que tiene para nosotros el Dios verdadero, el Dios Padre lleno de compasión, y jamás de venganza.

Esta interpretación desde el miedo es para mí un ultraje y una injuria a Dios. ¿Cómo echarle la culpa a Dios, si, al organizar la sociedad no hacemos caso de lo que dice creando fuentes de empleo, dando la mejor educación y compartiendo justamente los bienes...?

El fin del mundo no es un suceso repentino. De hecho ya ha comenzado. Terribles guerras entre naciones, desastres naturales en todo el mundo, calentamiento global...

Y el Señor nos dice hoy que no tengamos miedo. Que estemos tranquilos. Que precisamente en medio de ese mundo de violencia cuyos valores son la riqueza y el poder por encima de Dios, nuestra vida constituya en sí misma un testimonio de la verdad de Jesucristo.

Porque sabemos que el evangelio nos asegura que sólo en Jesucristo encontramos la firmeza sólida (y la victoria) de la vida.

“No se perderá ni un solo cabello de su cabeza; con constancia conseguirán la vida” asegura el Señor hoy con toda claridad.

Nuestra vida no se basa en una amenaza: se sustenta en una promesa. Nosotros vivimos movidos por la confianza, y - ya sea con luz o en medio de la oscuridad - caminamos seguros hacia la vida bajo la dirección y la protección de un Padre amos oro.

El Dios verdadero no castiga, por el contrario conduce, conforta y defiende a sus hijos que se acercan.

“Les escribo a ustedes hijos míos: No amen al mundo ni a lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo cuanto hay en el mundo - la avidez de la carne y la arrogancia de la riqueza - no viene del Padre, sino del mundo, y todo eso pasa; pero quien cumple la voluntad de Dios, permanece para siempre”

(1 Juan 2,15-17) “No comprendo a las almas que tienen miedo de tan tierno amigo” Santa Teresita de Lisieux ¡Paz¡

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