El juez y la viuda

En el evangelio de este día el Señor, por medio de una parábola, les aclara a los discípulos con qué perseverancia deben orar al pedir algo al Padre. Comparando a Dios con ese juez injusto que a pesar de eso, por la insistencia de la viuda y para que no lo molestara más, le hizo justicia.

Muchísimo más hará Dios con los que lo invocan sincera y constantemente, como escuchará sus súplicas, compadeciéndose de sus hijos, ya que nos ama tanto, con un amor que no alcanza a comprender nuestra limitada naturaleza humana Se trata de orar al Señor por todo y para todo, desde lo más sencillo, hasta lo más grande, importante y difícil. Implorarle en todo momento sin desmayar, con la confianza segura de que Él nos escucha, porque aunque Él conoce nuestras intenciones, es necesario que se las pongamos a sus pies para que Él obre.

Siempre recuerdo una anécdota de una hermana de comunidad que decía: “Yo en el trabajo hasta cuando voy a hacer una sencilla carta le pido al Señor: Ay Dios ayúdame a que esta carta me salga bien, sin errores y como agrade a mi jefe”.

Es que nuestra oración debe ser constante y perseverante, tanto por nosotros, por nuestros hermanos , por las necesidades de los que nos rodean, y esperar esas respuestas en el tiempo de Dios, que no siempre coincide con el nuestro.

Asimismo, no sólo pedir, sino dar gracias por tantas bendiciones que recibimos, aún sin merecerlas , y también alabar y glorificar su santo nombre, ya que todo contribuirá a nuestro crecimiento espiritual.

En mi cursillo de cristiandad aprendí que no se puede vivir sin orar constantemente, que desde que nos levantamos hasta que nos acostamos nuestra vida debe ser una permanente oración, que debemos poner cada cosa que hagamos en las manos de Dios.

Que nuestro obrar de cada día, cuando lo ofrecemos al Señor, se convierte también en una plegaria.

Que las oraciones de una comunidad que intercede, que se une de corazón con un propósito, son realmente escuchadas.