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SENDEROS

Lecciones de vida entre padres e hijos

A mis hijos e hijas con amor

Recuerdo que una de mis primeras decisiones cuando tenía alrededor de 19 años fue desobedecer a mi padre y lleno de prepotencia me marché de la casa, creyendo que tenía todas las respuestas y sin más me embarqué en el gran viaje de la vida. Sin experiencia y lleno de sueños inicié mi familia, pasé por muchas vicisitudes y caída tras caída seguía lleno de orgullo sin querer admitir que dentro de todo, mis padres con sus consejos habían tenido bastante razón y a medida que pasaban los años todas las advertencias iban llegando a mi puerta en forma de amargas experiencias, muchas de ellas producto de mi terquedad y mi falta de humildad.

Los años se hicieron décadas y mi tempestad siempre me alcanzó de muchas formas, y mi orgullo no me permitía admitir que mi negligencia me había golpeado en cada decisión que tuve producto de mis arrebatos y mi prepotencia al creerme el dueño de todas las respuestas de muchas preguntas que la vida en forma de tormentas llegó a contestarme.

Mi gran lección no fue aprendida de un día a otro, ni en un año, fue cuando mi padre me llamó en su lecho de muerte, cuando yo ya tenía 45 años, y de forma humilde me pidió perdón a mí quien lo había ofendido tanto y desobedecido en aquellos años de mi juventud; entendí que a pesar de sus errores no somos ni debemos ser los eternos juzgadores de las acciones de nuestros padres, de sus aciertos y desventuras, sobre todo cuando llenos del ímpetu de nuestra ignorancia desobedecemos por el deporte de creernos los dueños de la verdad absoluta. Aquel hombre moribundo que vivió con el dolor de no tenerme cerca, se animó a hacerme aquella última llamada que no solo cambió mi vida sino que le dio la paz para irse de este mundo tranquilo con el hijo más desobediente y rebelde que tuvo, haciéndome entender que todo aquello que alguna vez creí no fue más que una prolongada estupidez y que como corolario mi orgullo me hizo producirme mucho sufrimiento.

Hoy que ya han pasado meses de su muerte entendí que si a mis 19 años hubiese sido más humilde para escucharle otro hubiese sido el camino recorrido; mi padre fue aquel hombre fuerte que siempre quiso hacerme entender los caminos de la vida, él mismo tuvo su propia historia y esa era la advertencia: evitarme tener los mismos tropiezos. Ahora ya él no está y yo mismo he vivido esa experiencia, soy el padre que habla, aconseja y ve como mis hijos se van por sus propios caminos; espero que no llegue esa llamada cuando tenga que dar mi última lección, y que sea la gran lección de quien la reciba.

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