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DOS MINUTOS

Los dos amigos

En el evangelio de hoy, aparece el Señor Jesús dando a sus discípulos sus últimas instrucciones. Les dice: “Hijos míos... les doy un mandamiento nuevo: Que como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros”.

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Luis García DubusSanto Domingo

Juan 13, 31-33. 34-35

“Excúsame, pero tuve que venir “, dijo el amigo pobre.

“Hola, ¿Qué te pasa...?” respondió el amigo rico.

“Me han botado de la pensión, porque no tenía dinero para pagar... no tengo donde meterme... y como tú siempre me has dicho que si yo te necesito...”

“¡Pero entra, hombre!” interrumpió el amigo rico, “¿Porqué no habías venido antes? Quédate aquí, mira, tengo una habitación para ti, sólo esperándote por si algún día venías. ¡Entra, entra!”.

Al cabo de unos días, durante los cuales recibió tantas atenciones y tanto amor como nunca antes había recibido, y todo a cambio de nada, el amigo pobre le dijo al rico:

“Mira, no es que quiera pagarte, pero yo quisiera hacer algo... ¿tú me dejas que te lave el carro, te limpie el jardín y te riegue las matas por lo menos...?”

Y desde ese día el amigo pobre comenzó a servir al rico. Pero no como una exigencia, sino como un deseo natural que brotó de un corazón agradecido.

En el evangelio de hoy, aparece el Señor Jesús dando a sus discípulos sus últimas instrucciones, y les dice:

“Hijos míos... les doy un mandamiento nuevo: Que como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros”.

Sólo si ha percibido y experimentado el amor particular que tiene Dios por usted, podrá descubrirse a sí mismo como el amigo pobre, y a Jesucristo como el amigo rico.

Surgirá en mí el deseo del amigo pobre, “yo quiero hacer algo” y ese “algo” no es otra cosa que amar al que tengo cerca igual que el que me ha amado”.

Es por eso que la gran noticia que deberíamos anunciar los que hemos tenido la dicha de descubrirla, es ésta:

“Dios lo ama a usted incondicionalmente y sin pedirle nada a cambio.”

Perdón..., y gracias “Pido perdón por mi parroquia”. Esta frase la dirigí a un grupo de 10 personas que estábamos reunidas compartiendo íntimamente nuestra vida espiritual. Lo tuve que hacer después de lo que contaron.

Ellos son personas católicas practicantes, y como tales, pudiendo pasar la semana Santa en otro lugar, se quedaron todas en la capital visitando varias parroquias, entre las cuales mencionaron el Divino Niño, Divina Providencia, El Buen Pastor, etc., donde habían percibido un denso ambiente de oración que compartieron y disfrutaron... hasta que llegaron a mi Parroquia.

Contaron que allí, a pesar de que los sacerdotes pidieron a todos que hicieran un reverente silencio, tan pronto terminó la misa “se armó un habladero” que, aunque parezca increíble “había más silencio en la calle que dentro del templo”.

Me dio vergüenza y pena y pedí perdón. También me hablaron de un rosario que reza un pequeño grupo en voz tan alta, que nadie puede hacer silencio y escuchar a Dios en su interior. Ciertamente “Dios habla en el silencio; “pero... allí no existe el silencio”.

Sin embargo, permítame decirle que estoy agradecido a Dios por pertenecer a mi querida Parroquia. Encabezada por un señor Obispo y un sacerdote que hacen honor a su nombre, hay allí un selecto grupo de jóvenes carmelitas a quienes nadie puede pedirle más humildad, ni más espíritu de servicio.

Cristo se percibe en ellos. Por eso, pedí perdón. Por eso le pido a usted mucha oración por todos nosotros. Nunca había visto reunidos en una Parroquia tanta santidad de la de verdad, ¡y es calificada como una “iglesia ruidosa”!

Gracias por su oración. La necesitamos.

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