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¿Necesita usted ser perdonado?

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Luis García DubusSanto Domingo

¿Necesita usted ser perdonado? Yo sí, y añado otra pregunta: ¿Ha sido usted perdonado? Y respondo lo mismo: yo sí, gracias a que existe Jesucristo, ese amor capaz de perdonar lo imperdonable. Él fue quien afirmó: “Yo no juzgo a nadie” (Juan 8, 15).

El evangelio de este domingo (Juan 8,1-11) narra una historia en la que una mujer sorprendida en adulterio es llevada ante el Señor, a quien exigen dé un veredicto. San Agustín dice que en aquel momento la “miseria suma” se encontró con la “misericordia suma”.

Ya conoce usted la famosa respuesta del Señor. “El que no tenga pecado, que tire la primera piedra”.

En este evangelio aparecen tres actitudes, y sería muy interesante que usted y yo descubriéramos en cuál de las tres estamos situados:

La primera es la actitud del acusador. Son las personas que viven criticando a los demás, sea externa o internamente. Para ellos la culpa de todo la tiene el otro. Ellos tienen el techo de cristal y están tirando piedras al techo del vecino. Están representados en el evangelio por los hombres que trajeron arrastrada a la mujer adúltera.

La segunda es la actitud de la persona humilde: estas personas están representadas por la mujer. Ellos están dispuestos a admitir que tienen deficiencias y que fallan. Ellos son capaces de bajar la cabeza y aceptar que se han equivocado.

La tercera es la actitud de la persona que ni juzga ni condena a los demás: estas personas son capaces de comprender al otro y exculparlos. Ellos se parecen al Señor. Fíjese que el Señor no juzgó, y luego perdonó. Él, simplemente tuvo compasión, y no condenó.

La pregunta de hoy

¿Puedo ser yo capaz de asumir la actitud del Señor, de no juzgar ni condenar a los demás?

Creo que la mayoría de nosotros estamos “programados” para juzgar y condenar, tanto a los demás como a nosotros mismos, pero si él le dice que actúe de esa forma, es porque él está dispuesto a estar presente para ayudarlo.

Y he observado que en la medida en que una persona es capaz de dejarse ayudar y asumir la segunda actitud (humildad) y la tercera (no juzgar ni condenar) esa persona tiene más paz, más alegría, y más amigos.

Santa Catalina de Siena deseaba conocer a Dios para poder asumir plenamente esta actitud de no juzgar ni condenar, y oyó que Dios le decía:

“He aquí el camino para llegar a conocerme: no dejes jamás de conocerte a ti misma, y cuando estés ya en el valle, entonces me conocerás”.

“¿Qué valle?”, preguntó Catalina.

“El valle de la humildad”, contestó Dios, y añadió: “Allí me conocerás en ti”.

La señal de que yo me he dejado perdonar es la gratitud serena. Perdonar es dejar que el perdón que yo he recibido fluya hacia los demás. No es mi pobre psicología la que perdona, es el mismo perdón de Dios que perdona desde mí, que se derrama hacia el otro desde mi paz.

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