Santo Domingo 26°C/28°C few clouds

Suscribete

DOS MINUTOS

Vidal y yo

Pedir bienes del orden que sea sin desear encontrarse con el amor de Dios que los hace posible significa no entender nada. Se embota la mente porque confundimos nuestro verdadero bien con la satisfacción que aquí podemos obtener

Avatar del Listín Diario
Luis García DubusSanto Domingo

El raso Vidal dio un salto desde su cama al sonido de la trompeta llamando a formación. Solo tenía siete minutos para estar en pie en posición de atención bañado y uniformado correctamente con zapatos negros.

Se echó agua rápidamente y se vistió enseguida. El problema fue al buscar los zapatos. Solo encontraba uno negro y otro marrón, así que buscaba desesperado el otro zapato negro sin éxito. Parece que los demás guardias le habían jugado una broma a él, joven de Altamira, cerca de Puerto Plata, recién enlistado y le habían escondido el otro zapato.

El tiempo corría, Vidal sudaba, entonces se le ocurrió buscar la pasta de limpiar negra y embadurnar a toda prisa el zapato marrón para que pareciera negro lo mejor que se pudiera, y corrió a ponerse en formación llegando un segundo antes que el comandante.

Vio cómo el oficial superior se detenía frente a cada uno de la fila y los inspeccionaba rigurosamente de pies a cabeza.

Finalmente llegó su turno, y al mirar los zapatos, preguntó:

- ¿Cómo se llama usted?

- ¡Vidal, señor!

- ¿Y el otro zapato negro?

Temblando, pero firme, Vidal dijo toda la verdad y luego añadió: “Señor, al que hace todo lo que puede no se le puede pedir más”.

Aquella ocurrente frase tocó al comandante, quien no le puso ningún castigo.

Y así se salvó Vidal, por su franqueza y humildad.

Esta historia (totalmente cierta) me la relataron hace muchos años, pero me ha venido a la memoria hoy cuando “oigo” a San Juan Bautista como una clarinada llamando a que yo me prepare para recibir al Señor, el mismo Dios encarnado que está a punto de irrumpir en este mundo.

¿Qué hago? ¿Cómo me alisto yoÖ que sé que “tengo un solo zapato negro”?

Me tranquilizan estas palabras del propio Señor Jesucristo: “No he venido a condenar al mundo”.

“No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.

“He venido a salvar lo que estaba perdido”.

“Quien crea en mí, tiene ya la vida eterna, y no morirá nunca”.

¡Oh, Señor, yo soy Vidal! ¡Cuánto me alegro de que tú no eres un guardia exigente, sino un Dios compasivo y misericordioso!

El Señor Jesús es el amor personificado. En él no hay doblez, solo cariño hacia los que creemos en él.

Lo que vamos a celebrar es que el Señor vino, se encarnó de la Virgen, y por amor a usted y hacia mí, aceptó voluntariamente su horrenda pasión y su humillante muerte. Pero él había dicho que resucitaría al tercer día y ¡así lo hizo! Venciendo, de este modo, el último enemigo que nos quedaba: la muerte.

Por eso hoy sabemos que no moriremos nunca, pues poseemos ya la vida eterna de felicidad absoluta en su compañía y la de nuestros seres más queridos.

Esta Navidad, si comprendemos esto, será la fiesta de nuestro gozo interior, sabiendo que esta vida no es sino la oportunidad para saber y creer esto, y nada más.

¡Celebrémosla con el corazón abierto a esta maravillosa realidad!

La pregunta de hoy

¿Cómo prepararse para vivir una más auténtica y una mejor Navidad?

Con lenguaje conciso, señaló el beato John Henry Newman: “El que no es capaz de rezar por la venida de Cristo a su corazón, no debe, por coherencia, rezar por nada”.

Pedir bienes del orden que sea sin desear encontrarse con el amor que los hace posible significa no entender nada.

Se embota la mente porque confundimos nuestro verdadero bien con la seguridad y la satisfacción que aquí podemos obtener.

El único verdadero bien es descubrir el amor de Jesucristo.

Tags relacionados