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DOS MINUTOS

Lo apartó de la gente

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Luis García DubusSanto Domingo

Le voy a recordar algo, para luego hacerle una pregunta estúpida.

El tipo era buena gente, pero era sordo como una tapia, y como casi todos los sordos, hablaba con mucha dificultad.

Como era buena gente, tenía amigos que lo estimaban. Ellos fueron sus intermediarios. Lo llevaron donde el Señor, y le pidieron que lo curara. El Señor lo apartó de la gente, y lo curó.

Es lo que quería recordarle.

Ahora viene la pregunta estúpida: Después de encontrarse con el Señor, ¿cómo quedó aquel hombre? ¿Igual, peor o mejor que antes? A María Magdalena le pasó lo mismo. También a Zaqueo, a la viuda de Naim, a Bartimeo y a muchos, muchos otros.

Todo aquel a quien el Señor “aparta de la gente”, queda mejor que antes.

¿Cómo reaccionaba la gente ante esta realidad? Lo dice la última frase del evangelio de hoy: “El entusiasmo de la gente era increíble, y decían: todo lo hace bien, los sordos oyen y los mudos hablan” (Marcos 7, 37).

Eso fue lo que pasó en aquella época. Y ahora, ¿Qué es lo que pasa? ¿Continúa el Señor su práctica de curar a las personas en momentos en que las aparta de la gente? El momento más propicio y adecuado que tenemos usted y yo para aprovechar la oportunidad de encontrarnos con el Señor es la soledad y el silencio.

El Señor “lo apartó de la gente”, y el hombre no se resistió. No tuvo miedo de quedarse solo con el Señor. Se dejó conducir hacia la soledad y el silencio. Allí, solo con él y aparte de la gente, el Señor lo curó.

Allí le habló, y el hombre pudo escucharlo. Se le curó la sordera.

Dicen que el ciego se separa de las cosas, pero el sordo se separa de las personas. En este sentido, es peor la sordera. El hombre estaba solo. ¿Se siente usted solo?

La pregunta de hoy ¿Qué necesitamos para oír la voz que habla en nuestro interior? Necesitamos soledad y necesitamos silencio.

El Señor no le habló a Elías en un huracán. El huracán es sólo una emoción que produce un entusiasmo pasajero.

Tampoco le habló en un terremoto.

La vida espiritual no es una constante conmoción que fácilmente se mezcla con ambición de protagonismo. Tampoco es un aluvión de palabras con las que quiero impresionar.

Finalmente, el Señor no le habló a Elías en medio de un fuego. Elías había pretendido usar el fuego para aniquilar a sus adversarios, pero la agresión no es algo que viene de Dios, y no se puede usar a Dios para combatir a nadie.

El Señor le habló a Elías en el susurro de una brisa suave. Y esa suave brisa sólo se percibe en la soledad y el silencio. El silencio es el verdadero lugar donde acontece la experiencia de Dios. Allí nace Dios en nosotros, allí experimento mi verdadero ser, que es libertad y que es amor.

Y allí, apartado de la gente, un día, finalmente, me doy cuenta de que no estoy solo.

Nota: San Juan María Vianney escribió: “¿De qué vale fabricar una casa de oro macizo, si no hay quien abra la puerta? Que Dios bendiga a todos los sacerdotes: Ellos son quienes abren la puerta.

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