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REFLEXIÓN

“La vida, el Espíritu, la carne, nada”

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Rosanna Sánchez de DíazSanto Domingo

Juan, el discípulo más amado, nos relata a Jesús increpándole a sus discípulos al darse cuenta que estos criticaban su discurso.

Las palabras de Jesús no les agradaban, las encontraban duras, radicales, y entendían que este lenguaje no podría arrastrar multitudes.

Muchos se alejaron de él en ese momento. Jesús les dice: el espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada; las palabras que les he dicho son espíritu y vida pero entre ustedes algunos no creen.

El evangelio de hoy lo entendemos como una invitación de Jesús a los discípulos de hoy a atrevernos a creerle aun contra toda dicha y desdicha, presente ayer, hoy y mañana. Él siempre fue muy claro al decir que no sería fácil caminar junto a él. Su gracia estaría siempre con nosotros aunque la desdicha en algún momento salpicara nuestro vivir; y esta gracia nos conduciría a una vida de plenitud verdadera; transforma nuestra vida y la de los que encontramos en el camino. Su luz hace que los que no han acudido a su llamado sean seducidos por lo que decimos y, fundamentalmente, por lo que hacemos después de encontrarnos con Él.

El seguimiento a Jesús nos hace comprender que no necesitamos de muchas cosas; mientras más liviana la maleta mucho más efectivo y eficaz andar con él. Aprendemos abrirnos a su voluntad, no a la nuestra, realmente nos va conduciendo a una vida de plenitud.

La vivencia del Cursillo de Cristiandad, en julio del 2005, fue un encuentro con Cristo Jesús, que me llevó a retomar la vida de oración, un poco inactiva en ese momento.

La oración es el alimento que llena de plenitud verdadera al cristiano.

Este alimento se hace vida en nosotros y todo lo que nos rodea. Es un escudo que nos hace fuertes cada día, tan fuertes que nos enseña a no vacilar como aquellos discípulos ante su discurso. Aprendemos a decirle como Simón Pedro en aquel momento: Señor ¿a quién iremos? Si solo tú tienes palabras de vida eterna.

Solo este alimento engendra grandes obras que trascienden la materia, abriendo nuestro corazón y alma a su voluntad. El mundo necesita de hombres y mujeres que se atrevan a dejarse iluminar su vida de la luz de Cristo Jesús. Solo así estaremos aptos para hacer los cambios que éste necesita.

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