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DOS MINUTOS

Mis aportes

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Luis García DubusSanto Domingo

“ Ya yo había encargado a un abogado para que iniciara los trámites de mi divorcio”, declaró I. F., un señor joven, de mucha personalidad y de mucho éxito en la vida profesional.

“Hace dos semanas”, prosiguió I. F., “en un curso que estaba realizando, me entregaron un escrito que dice así: ‘Cuando hay una relación tensa entre dos personas, alguien tiene que cambiar para resolverla.

Alguien tiene que empezar’.

¿Quién tendrá que hacerlo? ¿Será aquella persona que tenga la mayor parte de la culpa del problema? Vamos a suponer que una de ellas tenga el 90% de la culpa y la otra el 10%, ¿cuál debe cambiar para empezar a resolver el problema? Cualquiera diría que la más culpable.

Sin embargo, ella es la menos capaz de hacerlo, ya que es la que peor está, la que peor se siente.

Muchos años, y muchos, muchos casos, me han enseñado que la mayoría de las veces los problemas se resuelven cuando la del 10% elimina su 10%”.

Así que le enseñé esto a mi esposa y le dije simplemente ‘Yo voy a aportar mi 10%. Tú haz lo que quieras”.

“Gracias a esto, mi familia se ha salvado”, concluyó I. F. “Tenía mucho tiempo pidiéndole a Dios que cambiara a mi mujer. En cambio, cuando yo aporté mi 10%, la situación comenzó enseguida a mejorar”.

El evangelio de hoy (Juan 6, 1-15) nos cuenta otra historia real de una situación de conflicto, que también se resolvió gracias a un pequeño aporte.

El Señor se da cuenta de que miles de personas que han venido tras de él tienen hambre.

Y pregunta a sus discípulos dónde pueden conseguir pan para darles de comer.

Como por allí no vendían pan, ni ellos tenían dinero para comprarlo, hay uno que señala ingenuamente: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados”.

Parece que sólo este muchacho había pensado en llevar comida.

Sólo él tenía algo que aportar.

Pero... ¿estaría él dispuesto a aportar lo que era suyo? Y además, ¿qué era eso para tanta gente? Pues eso era ni más o menos lo que el Señor necesitaba. El muchacho aportó lo suyo, y el Señor lo multiplicó.

Creo que cuando nosotros pedimos al Señor que nos resuelva nuestros problemas, Él está pendiente de que pongamos algo, para Él multiplicarlo y hacerlo mucho.

He entendido que, además de pedir, debo hace mi aporte para que el Señor pueda hacer el milagro.

Eso fue lo que hizo el muchacho.

También eso fue los que hizo I. F. Y en ambos casos el Señor actuó.

La clave es: El Señor nunca se deja ganar en generosidad, así que quien aporta algo, recibe mucho más.

La pregunta de hoy ¿Por qué el Señor pide nuestro aporte para poder intervenir? El Señor responde a cada cual según la humildad de su petición y la determinación de su fe.

Aportar nos dispone para poder recibir y, quien ora y aporta algo, recibe mucho.

Recordemos que uno por cien es cien, pero cero por cien sigue siendo cero.

Y admiremos no sólo la infinita generosidad del Señor, sino también su admirable humildad, ya que cuando la gente quería proclamarlo rey, se les escabulló y se fue solo a la montaña a conversar con su querido ABBA (Papá).

¡Ese sí sabía qué era lo único importante!

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