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REFLEXIÓN

Escuchar a Dios

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Teresa Valenti Batlle, M.C.J.Santo Domingo

En Nazareth Jesús no tiene éxito como evangelizador. No aceptamos que una Buena Noticia nos llegue a través de uno de nuestro pueblo, sencillo, hermano cercano. Queremos que los que tienen algo importante que decirnos se nos presenten con parafernalia, séquito. Jesús no se defrauda por ello, recorre los pueblos de Nazareth, “las periferias existenciales” como las llama Francisco, sin perder la esperanza. Él sabe de “quien me he fiado”. Toda persona enviada a evangelizar ante una situación de fracaso, como Pablo: “Reside en mi la fuerza de Cristo”. Cuando aceptamos en la escucha del corazón los mensajes de Jesús, nos hacemos cómplices de lo que Él nos dice y aunque nos sintamos frágiles y débiles, experimentamos que nuestra paz, fuerza y alegría viene de Él.

Jesús vuelve a Nazareth en compañía de sus discípulos y comienza a enseñar en la sinagoga. La multitud asombrada se preguntaba: “¿De dónde saca todo eso?” ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? Se hacían un montón de preguntasÖ ¿No es este el hijo del carpintero..? Jesús interviene diciendo: “Nadie es profeta en su tierra”. Allí no pudo hacer ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. “Y se extrañó de su falta de fe”. Te presentas humano, cariñoso con los más débiles. No creemos que Dios pueda hablarnos en la humildad y sencillez de un hermano nuestro. Hemos fabricado pedestales para dirigirnos a ellos, ¡Señor! Qué artificiales son nuestros testimonios. La Iglesia está despertando a un nuevo amanecer de luz, de ternura y misericordia. Vamos guiados por la luz del Espíritu que se nos manifiesta en Francisco, Obispo de Roma. Sus palabras confortadoras nos abren espacios para creer, amar y esperar, a pesar de nuestra fragilidad.

A Dios solo se llega por la experiencia de la escucha. Jesús no tiene conceptos ni teorías. Si me hago cómplice de la escucha de su Palabra, brotarán de mí ríos de agua viva que darán valor a nuestras palabras. Nuestros testimonios serán reconocidos, no por lo que valemos, ni por los títulos universitarios que hayamos obtenido, sino por la experiencia interna de los acontecimientos externos. En el silencio Dios nos hace fuertes.

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