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DOS MINUTOS

El único asidero

A todo el mundo le sobrevienen tempestades en su vida. Los que tienen asidero, aún en medio de la tempestad, saben que todo está bien.

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Luis García DubusSanto Domingo

“Voy enseguida!”, le contesté. Colgué el teléfono y salí apresuradamente. Cuando llegué, los encontré sentados, a ella y a su esposo, uno frente al otro. Estaban en silencio. “Siéntate, Luis” me dijo ella, indicándome una butaca. “Tenemos un problema muy grande, y tengo la esperanza de que puedas ayudarnos”.

“El problema es que mi esposo se ha enamorado de otra mujer”, añadió B. con voz entrecortada. “¡Caramba B.!”, repliqué, “¿Cómo has podido creerte eso? Seguramente te lo han dicho para mortificarte. ¡Ya sabes cómo es la gente!” “No, Luis” me respondió ella con un tono en extremo triste. “Es él mismo quien me lo ha dicho”.

Podrá usted imaginarse mi sorpresa. No sabía qué decir. Aquel era un matrimonio de muchos años, y me costó trabajo creer lo que estaba pasando.

Él aceptó conversar con alguien.

Mi recomendado era un sacerdote muy sabio y muy santo en quien yo tenía gran confianza. Sabía que, si alguien podía ayudarlo, éste era el hombre.

Se reunieron. Recuerdo que pasaron dos horas hablando mientras yo esperaba y oraba.

“¿Qué le parece?”, pregunté luego al padre mientras lo llevaba de vuelta a su casa en mi carro. “¿Hay esperanzas?”.

“Mira, Luis”, me respondió, “esperanzas siempre hay, pero en este caso no hay muchas”

Y, después de unos momentos de tenso silencio, añadió a modo de explicación. “Es que él no tiene fe, y en consecuencia, no tiene asidero”.

Poco después, la existencia de aquel pobre hombre se convirtió en una tormenta. Su matrimonio se hundió, y la barca de su vida perdió la estabilidad, a tal extremo de que intentó suicidarse.

El evangelio de hoy (Marcos 4, 35-40) nos habla de otra barca que también perdió la estabilidad en medio de una tormenta, y estuvo a punto de hundirse.

Los hombres que iban en ella, siendo expertos pescadores, pensaron que iban a zozobrar. Al igual que el esposo de B., ellos estaban en apuros.

La diferencia fue que estos hombres sí “tenían asidero”. Acudieron al Señor, que estaba allí presente, Él calmó la tempestad, y recuperaron la estabilidad perdida. Incluso el Señor, luego de pasado todo, les recriminó que se asustaran tanto, sabiendo que Él estaba presente.

Me gusta este líder. Él no nos está enviando mensajes desde lejos. Él ha compartido el riesgo. Él está presente.

Y se puede contar con Él para enfrentar tempestades. Porque a todo el mundo le sobrevienen tempestades en su vida. Los que tiene asidero, aún en medio de la tempestad, saben que todo está bien.

La pregunta de hoy

¿Es malo el miedo?

Sentir miedo no es malo, y nadie, por valiente que sea, puede evitarlo. Lo que sí es malo es dejarse dominar por el miedo, porque una actitud de miedo nos separa del Señor, y todo lo que nos separa de Dios es malo.

El mensaje “no tengan miedo” aparece 365 veces en la Biblia, como si fuera uno para cada día del año.

Me parece oír a San Pablo declarando “si Dios está con nosotros. ¿Quién contra nosotros?” (Romanos 8,31)

Y me parece estar oyendo al mismo Señor diciéndome: “No temas, ten fe y basta”. (Marcos 5,36)

El evangelio de hoy es una ardiente invitación del Señor a poner nuestra confianza en Él. Él es nuestra seguridad. Él es nuestro amigo. Él es nuestro único asidero.

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