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SENDEROS

Aceptar la voluntad de Dios...

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Lesbia Gómez SueroSanto Domingo

En su apologética oración San Francisco de Asís requería al Señor Dios, “Déjame aceptar Señor, todas aquellas cosas que por voluntad propia no puedo cambiar.” Y esta expresión de locuaz sentimiento en aceptar como tal la voluntad de Dios, puede ser mal interpretada por una mente corriente como un aspecto ordinario de impotencia, dejadez y comodidad. Sin embargo, el término de “aceptación”, como se quiere y se pretende expresar es, que el hombre tiene la propiedad, por decirlo de alguna manera, de aceptarse como un ente o ser divino -inmanente en Cristo- por naturaleza y origen, derivado de la prístina y homogénea esencia de Dios.

“Aceptación” es, que por derecho de conciencia se tiene atributos que hacen del hombre una entidad irrepetible, única y con una sola matriz o molde, con lo cual le permite conquistar los valores humanos y espirituales que son definitorios o coautores de armonía interior, y que por ley de consecuencia, estos se traducen en fraternal convivencia con todos los géneros de vida en el espectro universal de conciencia y mundo.

Cabe también señalar que aceptación es la condición per se en la esencia infinita del amor divino de donde se emancipó el alma para recorrer el sendero iniciático de realización de humana personalidad, y por ende, la conquista de elevados atributos del espíritu; llevado a efecto a través del laberinto probatorio de la vida, que como escuela experimental, funciona en los diferentes procesos evolutivos. Por cuanto “aceptación” es entender que el principio activo, o átomo primordial divino en Dios se integra también como conciencia individual en toda la manifestación extendida de la creación.

Con ello se desprende y se colige con todo lo anterior enunciado que la “aceptación” es por tanto la voluntad de Dios accionada a través de la Naturaleza con sus Leyes que dan determinismo al equilibrio y armonía en el Cosmos; dando con ello, la impronta y el preludio de una sinfonía que se orquesta con la continua actividad de los elementos agua, tierra, fuego y aire, que se complementa con el más sutil elemento: el éter delicado y preponderante que lo impregna. Todo esto, además, es corolario para entender la pedagogía con que se nos enseña, que “aceptación” es la asignatura que hace alcanzar el título de grado del conocimiento, y del propósito de la vida a desenvolver como maestría. Mismo que hace aceptar que somos el poder en acción con inherentes atributos definidos con amor y servicio desinteresados a sí mismo y al prójimo; y como tal cocreadores también de la forma, imprimiéndole estilos o modelos superiores de conductas humanas, con base a postulados espirituales de esencias ‘crísticas’ que normen correctamente en todos los estamentos visibles de la sociedad y su conjunto.

Se infiere entonces que La Verdad subyace como la suprema realización e impulsa al ser como individuo a su conquista interior, teniendo como paradigma el sentimiento único de aceptación que se inscribe como acepción del vocabulario, “ideario de la ciencia del espíritu, accionado en el contexto universal y en su manifestación, estando al alcance de todo aquel que propenda realizar a Dios, transitando su sendero interno.

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