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REFLEXIÓN

‘Permaneced en mi amor’

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Teresa Valenti BatlleSanto Domingo

Estamos celebrando el último Domingo de Pascua de este año 2015; sin embargo, el gozo y la paz de la Resurrección nos acompañará diariamente si permanecemos en su amor. Permanecer es quedarse. Recuperar la sencillez con la que Jesús vivió y dio testimonio, también con sus palabras a sus discípulos. La alegría y el amor los desea para todos. Nos llama amigos, no siervos, y nos da a conocer a través de su amistad lo que el Padre le revela. Nos invita a vivir procurando tener la sencillez de confiar en Dios. Rescatando la sencillez de sentirnos hijos queridísimos. La sencillez de fiarnos de sus promesas, perdiendo el miedo, dejando a cada día su afán. A escala mundial vivimos situaciones dolorosas, trágicas, por no citar otras, además del terremoto de Nepal. La humanidad sufriente sólo puede confiar en Dios, que puede transformar los corazones de los terroristas. Aun en los momentos duros que están pasando muchos cristianos, martirizados a causa de su fe, quemadas las Iglesias, niños violados y armados... solo la mirada cariñosa de Dios, el saber que Él no quiere ¡tanta barbarie!, que permanece con nosotros, que nuestra fortaleza está en la eucaristía y en sus Palabras pueden darnos la paz y la alegría de la Resurrección. El gozo, la alegría de sentirnos apegados a Él, de permanecer en su amor, es una tarea que hay que realizar cada día, es una gestación diaria y envolvente. Nada en la tierra puede hacernos plenamente felices. La alegría viene de Dios y se desparrama, fluye abundante cuando nuestra fe no vacila. En las “noches oscuras” y en los amaneceres luminosos, la presencia de un Dios-AMOR se hace realidad. Permanecer significa estar. Cuando se está en y con ÉL, nuestro vivir es un vivir con los otros. Comprometernos con el devenir de la historia. Correr riesgos a favor de los hermanos desfavorecidos, aunque nos cueste la vida. A Jesús nadie le quitó la vida, la entregó voluntariamente. La cercanía del PADRE la fue gestando día a día y, desde ella, se dirigió a ÉL en momentos duros, de crucifixión. No era una queja, ni una duda del amor que el PADRE le tenía, sino un desahogo lleno de confianza que le hizo exclamar: “PADRE, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Si vivimos de la fe del Hijo, Cristo Jesús, su presencia nos fortalecerá en los momentos difíciles para aceptar lo que vivamos. Dios nos tiene preparado un amanecer luminoso para gozar de su presencia amorosa “por años sin término”, así lo canta el salmista.

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