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DOS MINUTOS

A Dios no se le cuestiona

Quizás está usted pasando por una prueba. La forma de enfrentarla es hacer todo lo posible de su parte y abandonarse en los brazos del Padre.

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Luis García DubusSanto Domingo

¿Ha estado usted angustiado en alguna ocasión? ¿Ha sentido alguna vez un profundo terror invadiendo todo su ser? Una parte del evangelio de este domingo (Marcos 14, 1-15, 47) habla de algo inusitado: la angustia y el terror del Señor en Getsemaní. Es algo de lo que hay que hablar con el respeto que infunde el sufrimiento, y con la reverencia que produce el misterio. Es algo que no puede entenderse solo con el cerebro. Se necesita leerlo con el corazón, o de lo contrario termina uno refugiándose en la indiferencia, o virando la cara burlándose de la verdad. Pero el hecho es que fue así. Sucedió. Y sigue sucediendo hoy. Yo lo sé. Getsemaní era un huerto, y en los huertos no hay teléfonos. Pero en los hospitales sí. Y yo recibí un día una llamada desde un Getsemaní de hoy. La voz de mi compadre Víctor Hernández sonaba sumamente triste cuando me informó que un asaltante le había baleado a su hija única. “La bala atravesó el estómago, el intestino y el hígado... la hemorragia no se ha podido detener... estoy pidiendo a Dios que salve a mi hija, pero estoy dispuesto a aceptar su voluntad, sea cual sea, sin protestar, porque Dios no se equivoca”. Supe que poco después de llamarme, este padre, traspasado de dolor y de angustia, encontró a un grupo de personas orando a Dios por su hija. Y al escuchar que, por la forma de orar, esas personas reclamaban a Dios un milagro, las interrumpió diciendo: “¡Cuidado! Podemos pedir, pero no exigir, porque a Dios no se le manipula, ni se le cuestiona”. ¿Acaso no es esto otro Getsemaní? Allá en el primero, el Señor, lleno de pavor, imploró a quien podía salvarle de la muerte que le librase de morir, y añadió: “Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”. Aquí, en este Getsemaní actual, había un hombre de hoy diciendo lo mismo. En aquella ocasión, Dios permitió que mataran a su Hijo, y en ésta también dejó que muriera Vilma, la hija de Víctor. Víctor había leído Getsemaní y quien ha hecho esto puede hacer lo que hizo Víctor: puso sus angustias de hijo junto a las angustias del Hijo. Y esta compañía en el desamparo común produjo en él el consuelo más firme que existe. Todas las consecuencias de Getsemaní fueron positivas, al igual para Víctor: la consecuencia de su fe, de su fortaleza en la prueba y de la entrega de su voluntad a la voluntad de Dios tuvo resultados admirables. El descubrió lo que quiso decir Louis Evely al afirmar: “La felicidad cristiana es una tristeza superada”. Quizás está usted pasando por una prueba en este momento. Quizás no tan fuerte como la del Señor, o como la de mi compadre Víctor. Pero, indudablemente, la forma de enfrentarla con éxito es la misma: hacer todo lo posible de su parte y luego abandonarse en los brazos del Padre. Entonces sabrá que Dios no se equivoca. Por eso digo que Víctor tenía razón: “A Dios no se le cuestiona”.

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